S. Gaviña, Madrid
26.12.2010

El libro «El amor y la furia» retrata la intensa (y destructiva) historia de amor entre Elizabeth Taylor y Richard Burton

Es una amante que te vuelve loco, es tímida, ingeniosa, no se deja engañar, es una actriz brillante, bella hasta extremos que superan los sueños de la pornografía, pueder ser arrogante y obstinada, es clemente y cariñosa... tolera mis imposibilidades y borracheras, es un dolor de estómago cuando estoy lejos de ella, ¡y me quiere! Y yo la querré hasta que me muera».
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Así se expresaba Richard Burton a finales de 1968 en las páginas de su diario sobre quien fue su gran amor, Elizabeth Taylor. Con ella contrajo matrimonio en dos ocasiones, y se divorció en otras tantas. Pero sin lugar a dudas nunca dejó de amarla.
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La historia de esta gran pasión ha sido recogida en el libro «El amor y la furia» (Lumen), traducción al castellano de «Furious Love», escrito por Sam Kashner, colaborador de la revista «Vanity Fair», y Nancy Schoenberger, poeta y biógrafa, y para el que han contado con la colaboración de la propia Elizabeth Taylor. Su viuda ha permitido el acceso a los diarios de Burton, y la actriz a parte de la correspondencia que mantuvieron.
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Liz, by Andy Warhol
Dick y Liz, el escándalo
Se conocieron a principios de los años cincuenta. Entonces la actriz tenía poco más de veinte años y ya iba por su segundo matrimonio. Una década después coincidieron en el costosísimo rodaje de «Cleopatra» y ya no se separaron. Nacía así el mayor escándalo mediático de la Historia del cine (se les conocía con el sobrenombre de Dick y Liz), pero también una de sus más glamurosas historias de amor. «Los dioses me van a castigar eternamente por haber recibido el fuego e intentar apagarlo. El fuego, por supuesto, eres tú», escribía Burton.
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El escándalo no era nuevo para Taylor. Ya la habían acusado de robarle el marido a su mejor amiga amiga Debbie Reynolds. Pero en esta ocasión, la atracción entre el actor galés, al que consideraban el sucesor de Lawrence Olivier, y la actriz inglesa, que había crecido bajo los focos de Hollywood, fue irrefrenable y duradero, aunque intermitente. «Desde pequeña he creído que estaba predestinada; y si es verdad, mi destino era sin duda Richard Burton».
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Con la decadencia de sus carreras llegó también el ocaso de su amor, un amor macerado en litros y litros de alcohol, inflamado por sus múltiples peleas (la pareja se convirtió en una parodia de sí misma de la que dejaron constancia en cintas como «¿Quién teme a Virginia Woolf?»).
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No pudieron separar sus almas, pero intentaron mantenerse alejados físicamente refugiándose en nuevos matrimonios. Enlaces que fueron utilizados, en el caso de Burton, para sobrevivir a una relación demasiado intensa y autodestructiva; y en el de Taylor, quién sabe si para demostrarle que también podía rehacer su vida lejos de él.... «Te echaré de menos con pasión y un pesar desaforado», le dijo Burton. No podían vivir juntos, pero tampoco separados. «Quizá nos hayamos querido demasiado... Recen por nosotros», reconoció Taylor.
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A finales del verano de 1984, Burton participaría en un altercado que se saldaría con una hemorragia cerebral que acabaría con su vida. Días antes había hablado por teléfono con Taylor, quien se despediría con un profético «adiós, amor». Poco después del entierro, la actriz recibirá una última carta del actor, con un mensaje final... Elizabeth todavía guarda la carta al lado de su cama