ESPAÑA

Auditoría de la democracia

Cuatro investigadores se han propuesto analizar la temperatura de nuestra democracia. El resultado es un volumen que da la voz a sus verdaderos protagonistas: los ciudadanos

Emilio Lamo de Espinosa

10.12.2010

Corren malos tiempos para la política, pero ¿lo son también para la democracia? Eso es lo que pretenden –y consiguen– averiguar en este libro dos buenos investigadores como Manuel Pérez Yruela y Ramón Vargas Machuca, un sociólogo y un filósofo de amplio espectro, en colaboración con dos jóvenes investigadores, Braulio Gómez Fortes e Irene Palacios.
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La legitimidad de la democracia no está en entredicho, ni siquiera en tiempos turbulentos como estos
De lo primero no hay duda. Ya son al menos tres oleadas en las que el CIS nos informa de que, detrás del desempleo y la crisis económica, la preocupación principal de los españoles son los políticos. Relataré una anécdota personal. Jamás me han interrumpido una conferencia con aplausos y vítores; no doy mítines, de modo que es lo esperable. Salvo hace unos meses, cuando, en una conferencia en Madrid, y casi de pasada, comenté cómo había descendido la calidad de la clase política. Para mi sorpresa, como teledirigidos, los doscientos asistentes prorrumpieron en aplausos que me pillaron desprevenido. Creo que había un clamor contra los políticos que la crisis económica no ha hecho sino potenciar.
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En estas circunstancias no sería sorprendente que los ciudadanos manifestaran cansancio con una democracia que se revela ineficiente y, con excesiva frecuencia, corrupta. Los autores han querido abordar el tema con rigor y más allá de impresiones o juicios periodísticos. Y han procedido como se debe. En primer lugar, han analizado la amplia literatura sobre la calidad de la democracia para elaborar un inventario de 53 indicadores, todos ellos mensurables y cuantificables, correspondientes a cinco dimensiones o vectores principales: 1) la legitimidad global de la democracia; 2) el funcionamiento del Estado de Derecho y la justicia; 3) la calidad de la representación política; 4) la capacidad efectiva del Gobierno; y 5) la fuerza de la sociedad civil.Lo que el ciudadano percibe
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Una vez definido lo que deseaban medir, han elaborado un cuestionario y realizado casi 3.000 entrevistas sobre-representando algunas Comunidades Autónomas. La estructura científica del informe –pues de eso se trata, de un informe sobre la calidad de la democracia en España– es, pues, irreprochable. Una pena que, como señalan los autores, se trate de un sondeo aislado y no de una serie, de modo que carecemos de elementos de comparación. Sin duda, el CIS –que ha amparado el estudio– debería tomar nota y, como hacen muchas otras instituciones similares, replicar este cuestionario anualmente para elaborar series históricas que permitan profundizar en el análisis.
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Por supuesto, son juicios de ciudadanos, no de expertos, de modo que lo medido es la percepción ciudadana sobre la calidad de la democracia, no la calidad misma. Podría argumentarse que la calidad «objetiva» es distinta de la percibida; cierto. Pero ¿no es la percibida la que debe contar en una democracia? ¿No son los ciudadanos los jueces últimos?
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Y los resultados son ambivalentes, como era de esperar, aunque más positivos que negativos. Lo más esperanzador es que los españoles en absoluto han desfallecido en su apoyo a la democracia y casi el 80 por ciento de los ciudadanos sigue pensando que es preferible a cualquier forma de gobierno. Solo un 6 por ciento afirma que, en ocasiones, podría ser preferible un sistema autoritario, porcentaje que, sin embargo, sube al 30 por ciento entre personas sin estudios. La legitimidad de la democracia no está, pues, en entredicho ni siquiera en tiempos turbulentos como los actuales. Tranquilizador.
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Aprobado muy justo

Otra cosa es cuando se indaga en la satisfacción con el funcionamiento de la democracia. Solo uno de cada tres ciudadanos se muestra muy y bastante satisfecho, y uno de cada cuatro, poco o nada. Un aprobado muy justo (un 5,2 en la escala de los autores), que se mantiene al valorar la capacidad efectiva del Gobierno (5,8), pero desciende a un suspenso en casi todos los indicadores específicos. Los peores, sin duda, los referidos a la justicia (la igualdad ante la ley no supera el 3) y el papel de los medios de comunicación, seguidos de la valoración (muy negativa) de los partidos.
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Es una pena que este estudio se trate de un sondeo aislado y no de una serie
Esta auditoria tiene al menos cuatro ventajas. Para comenzar, pone de manifiesto que la inteligencia difusa en la sociedad no es menor que la de los expertos; de hecho, asombra comprobar una y otra vez que los ciudadanos, en su conjunto, suelen tener un juicio muy acertado de los asuntos políticos. Por fortuna, pues de otro modo, la democracia funcionaría aun peor. En segundo lugar, objetiva impresiones generales y difusas, haciendo explícito y claro lo que, de otro modo, no pasan de ser opiniones personales. En tercer lugar, han elaborado un modelo o marco que se debería replicar al menos cada dos o tres años para disponer de series temporales (y que debería poder compararse con estudios similares en otros países).
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Finalmente, lo que no se mide no se puede valorar correctamente. Por ello, cuantificar la calidad de la democracia es el paso inicial para poder valorarla y, por lo tanto, reformarla. Todas las empresas y casi todos los servicios públicos hacen hoy evaluaciones de la satisfacción de sus clientes. ¿Por qué no la democracia misma? Los partidos deberían tomar buena nota de que sus «clientes» están poco o nada satisfechos con lo que hacen. No lo harán, por supuesto; por eso reciben la calificación que reciben. Porque no se escuchan sino a sí mismos.
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«Calidad de la democracia en España. Una auditoría ciudadana»
varios autores Ariel Barcelona, 2010. 176 páginas, 20 euros
www.abc.es/