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ENCUENTRO Umberto Eco - Javier Marías

Diálogo politeísta


WINSTON MANRIQUE SABOGAL

12.02.2011

Foto - El escritor y académico español Javier Marías (izquierda) y el semiólogo italiano Umberto Eco, durante su encuentro en diciembre, en Madrid.- Luis Sevillano

Dos de los más influyentes intelectuales de hoy hablan sobre literatura, el ciberespacio, la libertad de expresión y la ruptura de cánones tradicionales. Del presente y el riesgo de sus consecuencias

Tan pronto se ven, Umberto Eco se apresura hacia Javier Marías que sorprendido ve cómo el escritor italiano se inclina ante él en una reverencia teatral, diciéndole: "Majestad"; a lo que Marías, saliendo de su sorpresa y con una media sonrisa, contesta casi en susurro: "Duque". Y empiezan a reír mientras se abrazan. Dos años antes, Marías, como rey literario de Redonda, había nombrado a Eco Duque de la Isla del Día de Antes.

Eco: "Internet es la vuelta de Gutenberg. Es una civilización alfabética, y el que no lea y escriba rápidamente se queda fuera"


Marías: "Parte de la población tiene nostalgia de esa antigua idea de Dios, de ser observado. Por eso van a la tele e Internet"

Es la una y media del lunes 13 de diciembre de 2010. Están en el restaurante Balzac de Madrid en el primer diálogo que sostienen para un medio de comunicación, invitados para este número 1.000 de Babelia, y que harán en italiano como una cortesía de Marías con el profesor Eco. Cuando se sientan alrededor de la mesa redonda donde almorzarán, el semiólogo italiano (Alessandria, 1932) se queja de dolor de garganta y cuenta el trajín en que anda por la promoción de su último libro, El cementerio de Praga (Lumen), y el narrador y académico español (Madrid, 1951) desvela que acaba de terminar una novela que saldrá en primavera: Los enamoramientos (Alfaguara). Es el preludio de una conversación que se extenderá durante dos horas y terminará con ellos paseando y posando para el fotógrafo en un punto de encuentro simbólico de lo que aún no saben que van a decir.

JAVIER MARÍAS. Hace poco escribí en una de mis columnas de El País Semanal, a propósito de su última novela, tan criticada por L'Osservatore Romano, que pensaba que se había superado aquello de que en las artes las obras tuvieran que tener un carácter moral o edificante. Un hallazgo por parte de esa crítica, aunque para ellos era negativo, es que decía algo parecido a que su novela era un voyeurismo amoral.

UMBERTO ECO. ¡Es que esto es la novela, eso es una novela!

J. Marías. Justamente una novela es lo contrario de un juicio.

U. Eco. Deja abierta la puerta a las contradicciones.

J. Marías. Aunque hay novelistas que todavía se sienten como jueces, es una cosa extraña. Eso del voyeurismo amoral está muy bien visto. Porque una novela, a menudo, es así, el novelista no tiene que juzgar, tiene que mostrar, a veces explica lo que ha sucedido, cómo se ha llegado a este punto, pero eso no quiere decir que se justifique o que se ensalce el tema o presuma.

U. Eco. Luego está el lector que tiene la tendencia, o la mala fe, de atribuir al autor lo que piensa el personaje.

J. Marías. ¿No es preocupante en el sentido de que es volver a cierto primitivismo?

U. Eco. Usted escribe novelas, el 20% las leen de forma correcta, el resto equivocada.

J. Marías. Esto ha vuelto con fuerza. Yo escribo con un narrador en primera persona desde hace 20 años, y se tiende a confundir al narrador con el autor, con el yo.

U. Eco. Cuando publiqué El nombre de la rosa me escribió un lector preguntando por qué afirmaba que la felicidad consiste en tener lo que se tiene. ¡Yo nunca he dicho eso, es una tontería! Fue un personaje.

J. Marías. Esa idea de que las novelas deben tener un mensaje o dignificar algo es un primitivismo raro que ha vuelto.

U. Eco. Es una idea católico-marxista.

J. Marías. Pero el marxismo no...

U. Eco. El realismo socialista quería que las novelas tuvieran un mensaje y hablaran de los problemas del pueblo... Mi respuesta es que una novela tiene un mensaje, pero hay que trabajar mucho para comprenderlo, requiere esfuerzo, no te lo da el autor.

J. Marías. Un mensaje que se podría buscar fuera del libro.

U. Eco. O muchos. La Odisea tiene múltiples mensajes.

J. Marías. En cierto sentido surge por la promoción de los libros. No sé usted, pero yo a veces al escribir una novela me encuentro con que tengo una idea vaga sobre qué es esta novela, aparte de la historia misma, y algunos aspectos que no son claros para mí. Pero una vez terminada la entiendo un poco mejor. Entonces llega la promoción, las entrevistas, donde se espera que el autor diga: "Lo que he querido decir es esto". Y uno se ve obligado a afirmar algo o defender una idea que luego es tergiversada. Si no hubiera entrevistas y cierta necesidad de banalizar, de encontrar un eslogan...

U. Eco. Yo intento humillar a los que hacen estas preguntas, desafiar, hacer que se sientan algo estúpidos. Cuando me preguntan: "¿Con qué personaje se identifica?", contesto: "¡Con los ad-ver-bios!". Se quedan estupefactos. Es verdad, los escritores nos identificamos con los adverbios.

J. Marías. Pero para hacer esto hay que ser usted.

U. Eco. ¡No, no!, hay que ser bastante malos

...Y, en cambio, nadie habla del estilo de la novela, de la construcción. La gente lee lo que dices y no le interesa la manera en que lo dices.

J. Marías. La palabra estilo desapareció del vocabulario, ni los críticos la usan.

U. Eco. Es la manera de formar, de hacer.

J. Marías. Y sin duda hay autores que reconocemos. (...) Otro aspecto de los idiomas es cómo están desapareciendo cosas normales y se construyen mal las frases. Se está reduciendo el vocabulario.

U. Eco. Sí, sí.

J. Marías. Recuerdo que mi madre, cuando yo era adolescente, si me preguntaba o pedía algo, y yo respondía de cualquier manera, me decía: "Por favor, no seáis tacaños con la lengua". Hoy la gente es algo tacaña.

U. Eco. Ocurre también con la escritura

... Luego está esa discusión sobre la literatura tradicional y experimental. Se trata de una diferencia un poco como derecha-izquierda, que en política ya no tiene sentido. La izquierda es el único partido conservador, porque quiere conservar la Constitución, el Parlamento. Así que la vanguardia y la literatura tradicional es una distinción que nació con la llegada del arte pop y de la posmodernidad, hacia mediados de los sesenta, cuando ya en la novela comercial se empezaba a usar el monólogo interior, que antes era un escándalo joyceano. Los narradores suramericanos, García Márquez, etcétera, redescubrieron la historia que había estado prohibida, pero se descubrió de forma más irónica. Hay una serie de barreras tradicionales. Recuerdo en Italia, en tiempos del grupo del 63, del que ya no hay un rostro emblemático, cuando un músico de vanguardia, Berio, escribió un ensayo sobre el rock, y otro músico de vanguardia, hablando de los Beatles, dijo: "Trabajan para nosotros"; y yo contesté: "¡Pero tú también trabajas para ellos!". Ya entonces había mezclas. Así que no diferenciaría tan claramente lo tradicional de lo experimental. Hay autores que se reconocen de forma inmediata, pero siempre los ha habido, el problema no es ése. En las obras comprometidas no hay una literatura experimental pura.

J. Marías. Lo que se llama experimental envejece cada vez más fácilmente, o se convierte en algo tradicional, o se incorpora a los usos normales. Hay una flexibilidad mayor. Siempre ha habido una enorme capacidad para hacer esto; aunque antes había un poco más de resistencia. Hoy no. Hoy normalmente todo se incorpora, todo se vuelve viejo, antiguo. El presente se convierte en pasado cada vez más rápido. Incluso en el momento en que un libro ya está disponible, parece que ya es pasado.

U. Eco. Algunas cosas resisten el paso del tiempo. Por fortuna existe este mecanismo, de lo contrario no permanecería nada, ni Sófocles, ni Eurípides...

...Y las palabras de Eco y Marías se entrecruzan animadas por el mundo clásico, hasta que dan un salto de 2.500 años para volver al umbral de esta era del ciberespacio cercada de incertidumbres y quejas por una supuesta incultura en plena revolución del aprendizaje y la comunicación de saberes y relaciones personales y emocionales. Entre bocado y bocado, sus palabras van a empezar a señalar lo mejor y más terrible de ese presente y sus consecuencias.

U. Eco. Internet es la vuelta de Gutenberg. Si McLuhan estuviera vivo tendría que cambiar sus teorías. Con Internet es una civilización alfabética. Escribirán mal, leerán deprisa, pero si no saben el abecedario se quedan fuera. Los padres de hoy veían la televisión, no leían, pero sus hijos tienen que leer en Internet, y rápidamente. Es un fenómeno nuevo.

J. Marías. Esto sería una ventaja.

U. Eco. Es el aspecto positivo.

J. Marías. Pero lo que decíamos sobre el lenguaje, de la generalización del uso del ordenador...

U. Eco. Ése es otro problema, no tiene nada que ver. No creo que el lenguaje se empobrezca, ¡cambia! El inglés es un lenguaje sintácticamente muy pobre en comparación con el francés, el italiano o el español; pero puede decir cosas maravillosas. Por lo tanto, se simplifica, pero puede decir muchas cosas. Las lenguas funcionan.

J. Marías. A veces tengo la sensación de que el exhibicionismo general es omnipresente en estas formas de comunicación. En Internet, por ejemplo, si pones una cámara puedes ver una habitación a todas horas; hay personas que tienen contacto entre sí para ver cómo duermen o preparan la comida, lo que no sería un espectáculo... A veces tengo la sensación de que esto guarda cierta relación con la pérdida progresiva de esa antigua idea, que ha acompañado a los hombres durante siglos, de que Dios lo veía todo, de que Dios los observaba a todos y que absolutamente NADA escapaba a su mirada y escrutinio. De alguna manera, esa idea, que aún tienen algunos de los que leen L'Osservatore, era algo terrible, pero que también consolaba, al haber un espectador que conocía nuestra vida. Aunque fuera la persona menos importante del mundo, había alguien...

U. Eco. ¡Un señor que pagaba una entrada para verte y luego juzgarte!

J. Marías. Te castigaba o premiaba. Al menos existías para alguien. Y esta creencia, obviamente, hablando en términos generales, se ha perdido. Creo que una parte de la población, de forma inconsciente, tiene nostalgia de esa idea. Había una enorme necesidad de ser contemplado, de ser observado.

U. Eco. Hoy van a la televisión o Internet.

J. Marías. Sí... Responde a esa nostalgia vieja de la idea de Dios.

U. Eco. Interesante. Si no, no se explica cómo tienen esta necesidad tremenda de dejarse ver, hasta cuando hacen caca. Y yo digo: ¿por qué?

... ¡Es el aspecto más terrible e importante de la civilización en la cual vivimos! En Italia han sido asesinadas unas jóvenes, y cada noche hay programas de televisión que hablan de ello, ¡es vergonzoso!, porque se hace espectáculo de estas muchachas. Y el único consuelo por haber perdido a tu hija es salir en la televisión.

J. Marías. Ha hablado de consolación. Hay un elemento crematístico, evidentemente. Una ventaja para ellos porque al menos obtienen dinero y audiencia

U. Eco. ¿Pero por qué necesitan la audiencia y explotan incluso la muerte de su hermana y van a la televisión para que les veamos? Volvemos a la tesis de Javier Marías.

J. Marías. Lo que es extraño es que, también, se quiera mostrar la pena. Había cosas que tradicionalmente no se enseñaban.

U. Eco. Hay gente que va a la televisión a decir: "Tengo cáncer. No me voy a callar. Voy a la televisión para que me conozcáis, para que sepáis que existo y ayudo a otros". Ésa es la justificación.

J. Marías. La gente dice ahora, en lugar de "quiero contarte", "quiero compartirte esta experiencia", o "quiero compartir contigo esta experiencia", en lugar de "quiero contarte". Se busca involucrar a otros.

U. Eco. Una frase que ya no se usa es: "A Dios pongo por testigo de", al menos él sabe que yo soy así. Ahora es "pongo a la televisión por testigo, la comunidad". Hay una comedia italiana donde el nombre es una propiedad privada, no debes difundirlo. Y está el dicho de que los trapos sucios se lavan en familia. Antes la privacidad, el mantenerlo todo oculto, era fundamental. Hoy es todo lo contrario. Y cosas peores. No sé el porqué de esa necesidad de que nos vean o de vampirizar vidas ajenas. La explicación sobre la nostalgia de Dios es la más lógica.

J. Marías. Hay un elemento que también tiene que ver con todo esto: son las filtraciones de Wikileaks. Hay algo extraño y divertido

... Normalmente se nos prohíbe saber cosas, sobre todo si son de personas poderosas o con responsabilidades, y verlas ridiculizadas, el rey desnudo, o si meten la pata, eso se entiende. Lo que no entiendo es que después de este pequeño fenómeno haya gente que pida la transparencia: "Basta. Tenemos que saberlo todo. Tenemos que saber qué hacen los servicios secretos, los diplomáticos, lo que piensan". Pero ¡cuidado!, la hipocresía, la doblez, forma parte de la educación; es más, de la civilización. Si hubiera una transparencia general habría muchos más homicidios. Todos hablamos mal de vez en cuando de todos, cuando no están presentes, y también de las personas que amamos. Siempre hay objeciones. Probablemente si estas personas a las que queremos supieran cuáles son nuestras objeciones se olvidarían de todo lo positivo que pensamos de ellas y se obsesionarían con esa pequeña objeción que han conocido y que no habrían debido saber, y sería un desastre.

U. Eco. Las medidas diplomáticas están en la base de la convivencia civil.

J. Marías. Es una cuestión de civilización, es un logro.

U. Eco. Yo no digo: "No voy a cenar contigo porque eres aburrido". Digo: "No voy porque tengo un compromiso".

J. Marías. Entonces, pedir la transparencia general es también algo que iría en contra de los intereses de todos. Porque si todo fuera así se despediría más fácilmente a la gente. Tenemos esa tendencia, este desahogo. Es normal que haya personas que intenten saber lo que no se debe saber, pero también es normal que otras intenten evitar que las cosas se sepan. Lo ridículo es la pretensión de ciertas personas de que los que tienen el deber de evitar que las cosas se sepan renuncien a ese deber. Lo que no se puede es pedir la rendición total de los demás. Y con Wikileaks estoy sorprendido de que no se hubieran dicho cosas más brutales o que no intuyéramos. Son diplomáticos contenidos, educados. Me parece divertido... Es extraña esta pretensión, no entiendo estas ganas por saber todo.

U. Eco. Sí, sí. Y con esta ruptura del pacto de hipocresía, que es un pacto social fundamental ("estoy encantado de conocerle", no estoy encantado, pero hay que decirlo) hemos entrado en una nueva era virtual de la información donde todo es más vulnerable y frágil. Al final tendremos que encontrar otros modos de confidencialidad. ¿Cuáles serán? No lo sabemos. Con Internet ya no es posible ninguna censura. Mire a Julian Assange, es para tirarlo al retrete, o a la basura, pero lo que ha hecho lo han sabido todos. Alguien dijo una vez que si hubiese existido Internet el Holocausto no habría sido posible, porque nadie podría haber dicho: "No lo sabía". En China no han aceptado el Premio Nobel de la Paz pero en China lo han sabido muchos. Lo que se está perfilando, y ya lo escribí años atrás, es un nuevo 1984 con la clase dirigente que tiene acceso a Internet y los proletarios que no tienen acceso, que ven la televisión. ¿Hacia qué futuro nos dirigimos? ¿Habrá más proletarios o más clase informatizada? Porque si un ordenador costara diez euros, quizá mil doscientos millones de chinos lo tendrían, y entonces serían menos los proletarios que los informatizados. Y la censura ya no podría funcionar. Pero si se mantiene una proporción como la actual será todo lo contrario, se puede seguir censurando.

J. Marías. Si se rompe la baraja y se extiende la transparencia, probablemente los ciudadanos tienen siempre las de perder ante la posibilidad de intrusión en sus vidas por parte de los Gobiernos, ya que es mucho mayor que al revés. Es el peligro que veo en esa legitimación de que se sepa todo...

U. Eco. Hay gente que lee Internet y no tanto los periódicos, pero quienes usan el ordenador no son por fuerza los más informados, porque si no leen los periódicos no están lo suficientemente informados. Así que los problemas de censura y libertad son difíciles de definir hoy, no son tan sencillos como antes.

J. Marías. Yo recuerdo una cosa que mi padre decía, y que escribió en un artículo, sobre que el hombre contemporáneo corría el riesgo de convertirse en un primitivo lleno de información. Y lo es en cierto sentido. Tal vez no se equivocaba. Y lo decía antes de la existencia, probablemente, de Internet. Hay un exceso de información que quizás impide saber. Ya no hay un filtro, no hay un criterio. Se da importancia a cosas que no tienen ninguna y al contrario. Luego la abundancia, que es un problema porque con el exceso de algo no hay tiempo para ocuparse de ello. Yo aún consulto la enciclopedia.

U. Eco. Yo pertenezco al grupo de los que ve muy cómodo encontrar el dato en el ordenador, soy un estudioso de profesión y no me fío de la primera información. Pero para una persona normal es una dificultad utilizar Internet de forma adecuada. Siempre digo que la televisión ha sido un bien para los pobres, en mi país ayudó a enseñar la lengua italiana, y ha perjudicado a los ricos, no de dinero sino de estudios; y con Internet ocurre lo contrario. Lo preocupante es cómo se enseña a la gente el filtro...

J. Marías. A la gente no le interesa filtrar o saber si son ciertas o no algunas cosas. Es una tendencia...

...Y los dos autores siguen explorando los desafíos, riesgos, temores y dudas agazapadas en la Red, hasta que llega el café y la conversación deriva hacia otro tema que involucra a los dos mundos que son uno, tierra y ciberespacio, y que viene de siempre y va para siempre: el duelo, la pugna, entre la belleza y la fealdad. Con Internet añadiendo más confusión. Es la era del politeísmo estético y de la industria de la fealdad y de las ideas. A una media hora de que el encuentro acabe, Eco y Marías están a punto de descubrirse a sí mismos diciendo que se ven como un anacronismo.

U. Eco. En el último capítulo de mis ensayos sobre la belleza y la fealdad, referido al mundo contemporáneo, hablo del politeísmo de la belleza, de las distintas épocas en las que había diferentes modelos. Hoy valen todos esos modelos, y los medios de comunicación han contribuido a difundir diferentes modelos de mal gusto. Ahí entra la iluminación en Navidad, que ha cubierto los monumentos con unas luces feísimas. Se ha cubierto todo de bombillitas y a la gente le gusta. Ya no hay criterios para distinguir. Por lo tanto, la belleza y la fealdad se convierten sólo en hechos de clase: la belleza para los ricos y la belleza para los pobres. ¿Pero es cierto que antes no era así?, me pregunto. Sabemos que en la antigua Roma había una comedia de Terencio, y en el anfiteatro una lucha de osos, pues algunos abandonaban el teatro y la comedia de Terencio y se iban a ver la lucha de osos. Los intelectuales lamentaban que la gente hubiera abandonado a Terencio para ir a ver a los osos. Y mientras Miguel Ángel hacía la cúpula de San Pedro había espectáculos callejeros que eran modelos de mal gusto, probablemente. Por eso no puedo ser tan severo con ese politeísmo de la belleza y la fealdad, porque tal vez creemos que en alguna época haya habido modelos fijos: la belleza del Renacimiento, del Barroco, son los modelos que se salvaron, pero había infinitos otros que se destruyeron. La pregunta es: ¿por qué se salvaron esos en concreto? Ahí vuelvo a un viejo argumento: en la Poética de Aristóteles se citan numerosas tragedias de las que no sabemos nada, se han perdido. ¿Por qué ésas se han perdido y han sobrevivido las de Sófocles, Esquilo o Eurípides? Hay dos respuestas: porque eran mejores o porque tenían recomendación de otros. Los demás no tenían apoyos. Quizá fueran mejores que ellos, pero no tenían padrinos, así que lo que nosotros identificamos con el gusto clásico de la antigua Grecia, ¿es lo que predominaba entonces o es sólo lo que ha sobrevivido? Y quién sabe, quizá dentro de dos mil años nuestro periodo va a aparecer con el único modelo de belleza o de fealdad que haya sobrevivido; quizás la televisión basura, quién sabe si se identificará con la culminación del arte de nuestro siglo, como ceremonias báquicas.

J. Marías. Tal vez hubo un momento en que la fealdad que el profesor Eco ha estudiado tan bien existía en el arte, pero era algo excepcional. Recuerdo, por ejemplo, la única vez que estuve en Sicilia, en Palermo, y fui a Bagheria; quería ver esas figuras grotescas de la villa Palagonia que habían mencionado Byron, Goethe y gente así que en su tiempo habían viajado expresamente para ver esto, algo horroroso. Figuras grotescas en el jardín de un noble. Esto parecía una excepción que incluso personas como Byron y Goethe iban a ver, como excepción. Lo que no existía hasta hace poco es lo que podríamos llamar una industria de la fealdad. Ahora hay una fealdad industrial totalmente deliberada, como mercado. El valor que podía tener la fealdad de rebeldía, transgresión o de desafío se ha perdido y, en este sentido, ¿qué quedará dentro de dos mil años? No lo sabemos, tal vez algo de este tipo, o tal vez otra cosa. Sobre aquellos que el profesor llama ricos, aunque yo soy un poco proletario, lo cierto es que personalmente creo que me estoy convirtiendo en un anacronismo. Yo mismo soy un anacronismo. No sé si usted también tiene esta sensación.

U. Eco. Esto es siempre un proceso normal de la vejez. Pero no sólo por la edad, sino como usted decía, la gente en lugar de leer a Proust está viendo la televisión, está viendo a Pippo Baudo. Yo, que utilizo el subjuntivo bien, me estoy convirtiendo en un anacronismo...

...Ríen, hacen bromas... La puerta se abre y aparece el fotógrafo. Son las tres y media pasadas. Unas primeras fotos dentro del Balzac. Luego toman cada uno su abrigo, Eco el negro, con su sombrero de paño a juego y su bastón, y Marías el azul marino, y salen a la calle al encuentro de un silencio de amanecer. Guiados por el fotógrafo, caminan calle y media bajo un visillo de nubes grises, sin saber que van estar en un punto de encuentro simbólico de algunos de los temas de los que acaban de hablar: el paseo y jardines fronterizos que unen la iglesia de Los Jerónimos, cerrada por obras, y la ampliación del Museo del Prado. Charlan, posan


... Duque y Rey se despiden. Umberto Eco se marcha en coche a continuar su periplo a cuenta de su polémico El cementerio de Praga; y Javier Marías baja las escaleras que conducen hacia la Puerta de Goya del Prado rumbo a afinar Los enamoramientos.

Javier Marías (Madrid, 1951, académico) publicará la novela Los enamoramientos esta primavera en Alfaguara.


Umberto Eco (Alessandria, Turín, 1932), premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2000) publicó en diciembre El cementerio de Praga (Lumen)


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Umberto Eco: "Vivimos
rodeados de falsificaciones"

"Hasta ayer el poder controlaba y sabía lo que hacían los ciudadanos. Con Wikileaks se subvierte la relación, somos todos los que controlamos el poder mundial”

El autor italiano presenta en Madrid 'El cementerio de Praga'. La obra ha causado rechazo entre la jerarquía católica

Tereixa Constenla, Madrid
13.12.2010

Umberto Eco está resfriado pero en forma. En la presentación de su nueva novela en Madrid, “El cementerio de Praga” (Lumen), ironizó a cuenta del rechazo que la obra ha causado entre la jerarquía católica: "Las críticas de L'Osservatore Romano [periódico del Vaticano] han aumentado las ventas en 100.000 ejemplares".
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El antisemitismo del protagonista, Simone Simonini, el único personaje de ficción de la obra, también disgustó a los judíos, aunque finalmente tres comunidades hebreas han invitado a Eco a presentar el libro en Jerusalén. "Son muy inteligentes", dijo.

La novela de Eco llega 30 años después de “El nombre de la rosa”, que le convirtió en un superventas a pesar de sus latinajos y sus honduras filosóficas. Constató que lo bueno vende. “El cementerio de Praga” va por la misma senda. En un mes se han vendido en Italia 600.000 libros. "No lo entiendo, a lo mejor se han vuelto todos locos", bromeó. "Es posible que lo estén porque votan todos a Berlusconi", añadió entre risas.
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Ambientada en el siglo XIX, “El cementerio de Praga” está repleta de personajes históricos como Dreyfuss, Freud o Garibaldi. Pero su gran protagonista, Simonini, es fruto de la imaginación del autor. Se dedica a falsear documentos y otras lindezas como el comercio de hostias consagradas para misas satánicas.
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Un argumento que no está del todo lejos de la actualidad, como recordó el propio Eco, a propósito de los cables del Departamento de Estado filtrados en las últimas semanas. "Vivimos rodeados de falsificaciones de los servicios secretos y los Gobiernos".
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Wikileaks
"Hasta ayer el poder controlaba y sabía lo que hacían los ciudadanos. Con Wikileaks se subvierte la relación, somos todos los que controlamos el poder mundial, es la transparencia total pero el poder también necesita confidencialidad. ¿Qué sucederá ahora? No sabemos".

Recortes a la cultura
"El ministro de Finanzas dice que con la cultura no se come. Es falso. Que vaya al Louvre. Hay un sector de la derecha en mi país que odia la cultura. En el Gobierno hay gente inculta y racista. Está surgiendo un populismo en el que el Parlamento pierde sus funciones y una sola persona tiene todo el control mediático".
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Religiones
"Las religiones han sido un estímulo muchas veces. Sin ella no habríamos tenido a Miguel Ángel o Rafael, pero el fanatismo reprime la creatividad".
www.elpais.es/


Umberto Eco y la liga judeocristiana


El Vaticano y la comunidad judía italiana cargan contra 'Il cimitero di Praga', nueva novela del escritor - Según sus detractores, el libro coquetea con el antisemitismo

Lucia Magi, Bolonia
12.11.2010


Treinta años no es nada. Al menos, en asuntos de polémica religiosa. Ese es el tiempo que separa “El nombre de la rosa”, primer asalto del escritor, semiólogo y pensador boloñés Umberto Eco a la ficción espiritual, de “Il cimitero di Praga” (El cementerio de Praga), su nueva y estupenda novela. Todo un fenómeno de ventas (cien mil ejemplares en solo una semana), así como un catalizador de las ya de por sí agitadas aguas culturales de la Italia de Berlusconi.
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Eco vuelve a enfrentarse no solo a las acusaciones de la Iglesia, sino también a la soliviantada comunidad judía. La razón reside en un libro en el que, página a página (son 528), il Professore conduce al lector por un viaje trepidante al siglo XIX, una excursión considerada por algunos inexacta desde el punto historiográfico y que se mueve al vaivén de la madre de todas las conspiraciones: la que pinta a los judíos como los urdidores ocultos y todopoderosos del destino mundial.
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La galería de habitantes reales de “Il cimitero de Praga” no tiene desperdicio: un Sigmund Freud drogadicto, Dreyfus, oficial francés condenado por ser judío, el gran Ippolito Nievo, patriota y escritor italiano, o Garibaldi. Entre nombres históricos y acontecimientos reales (dibujados con la manía detallista habitual en la prosa de Eco) se desenvuelve el protagonista -"el único personaje inventado de la novela", según el autor-. Es Simone Simonini, capitán turinés, memorable anti-héroe y la presencia más desagradable del relato.
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Antisemita convencido en pleno ottocento, el protagonista falsifica testamentos y comercia con hostias consagradas para misas satánicas. ¿Su gran obra? Fabricar las actas de una reunión nocturna inexistente entre las lápidas del cementerio judío de Praga. En ella, los ancianos rabinos de las 12 tribus de Israel tejen planes para dominar el mundo. Ese documento falso sirve en la novela para la redacción de los muy reales “Protocolos de los sabios de Sión”, panfleto antisemita que, a principios del siglo XX, sirvió de justificación teórica para los pogromos de la rusia zarista y, más tarde, para la persecución nazi.
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Sus detractores afean a Eco la puesta en escena de un montaje histórico "falso". La construcción de una "sinfonía maligna" que no se molesta en interrumpir. La comunidad judía y la Iglesia se preguntan: ¿puede un autor que no interviene en la historia evitar la peligrosa ambigüedad? El periódico de la Santa Sede opina que no: "Denunciar el antisemitismo poniéndose en la piel de los antisemitas", escribe la historiadora Lucetta Scaraffia en L'Osservatore Romano, "no funciona como una verdadera acusación. El lector acaba por resultar contaminado por el delirio antisemita [cons-truido por Eco]. Cuando se evoca el mal, es necesario enfrentarlo al bien, para que sirva de contraste. La reconstrucción del mal sin condena, sin héroes positivos, adquiere una apariencia de voyeurismo amoral".
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"La narración de Eco quiere desmontar lo falso a base de reconstruir esas falsedades" -escribe otra historiadora, Anna Foa, en la revista mensual publicada por las comunidades judías italianas-. "Si los heréticos podíamos disfrutar con las brujas de “El nombre de la rosa”, ¿podremos hacerlo con la misma inocencia con la clase de construcciones que alimentaron las locuras de Hitler?". El escritor replica pragmático: "Quien escribe un manual de química puede también ser acusado si alguien lo utiliza para envenenar a su abuela".
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A estas declaraciones, Riccardo Di Segni, rabino jefe de Roma, contestó: "Pienso que el mensaje suena ambiguo. No se trata de un libro científico que analiza y explica, sino de una novela". "Mi intención era dar un puñetazo en el estómago de mis lectores", replicó el semiólogo. "Una violencia que convenció a otros".
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Un odio que también mueve a Simonini, educado desde pequeño en el desprecio a los judíos y a las mujeres, entrenado en el servilismo hacia el poder y cegado por su rencor personal: "Me doy cuenta de haber existido solo para vencer aquella raza maldita. Únicamente el odio calienta el corazón", dice.
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Entre tanta proclama acusatoria, Gad Lerner ha intervenido en el debate desde las páginas de La Repubblica. Según él, la novela está destinada a ser un clásico porque al fin y al cabo cuenta algo muy universal y actual. Se lo explica el protagonista Simonini a un agente secreto del zar: "La divina Providencia nos ha regalado a los judíos, utilicémolos y recemos para que siempre haya alguno al que temer y odiar". Lerner ve en este diálogo un afán tremendamente actual: identificar los enemigos para así definirse como comunidad a partir del odio al otro.
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Umberto Eco
y la liga
judeocristiana

El Vaticano y la comunidad judía italiana cargan contra 'Il cimitero di Praga', nueva novela del escritor - Según sus detractores, el libro coquetea con el antisemitismo

Por Lucia Magi, Bolonia
12.11.2010
Foto - Umberto Eco, fotografiado en abril de este año durante una visita a Sevilla- JORDI SOCÍAS

Treinta años no es nada. Al menos, en asuntos de polémica religiosa. Ese es el tiempo que separa “El nombre de la rosa”, primer asalto del escritor, semiólogo y pensador boloñés Umberto Eco a la ficción espiritual, de “Il cimitero di Praga” (El cementerio de Praga), su nueva y estupenda novela.
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Todo un fenómeno de ventas (cien mil ejemplares en solo una semana), así como un catalizador de las ya de por sí agitadas aguas culturales de la Italia de Berlusconi.
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Eco vuelve a enfrentarse no solo a las acusaciones de la Iglesia, sino también a la soliviantada comunidad judía. La razón reside en un libro en el que, página a página (son 528), il Professore conduce al lector por un viaje trepidante al siglo XIX, una excursión considerada por algunos inexacta desde el punto historiográfico y que se mueve al vaivén de la madre de todas las conspiraciones: la que pinta a los judíos como los urdidores ocultos y todopoderosos del destino mundial.
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La galería de habitantes reales de “Il cimitero de Praga” no tiene desperdicio: un Sigmund Freud drogadicto, Dreyfus, oficial francés condenado por ser judío, el gran Ippolito Nievo, patriota y escritor italiano, o Garibaldi. Entre nombres históricos y acontecimientos reales (dibujados con la manía detallista habitual en la prosa de Eco) se desenvuelve el protagonista -"el único personaje inventado de la novela", según el autor-. Es Simone Simonini, capitán turinés, memorable anti-héroe y la presencia más desagradable del relato.
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Antisemita convencido en pleno ottocento, el protagonista falsifica testamentos y comercia con hostias consagradas para misas satánicas. ¿Su gran obra? Fabricar las actas de una reunión nocturna inexistente entre las lápidas del cementerio judío de Praga. En ella, los ancianos rabinos de las 12 tribus de Israel tejen planes para dominar el mundo. Ese documento falso sirve en la novela para la redacción de los muy reales Protocolos de los sabios de Sión, panfleto antisemita que, a principios del siglo XX, sirvió de justificación teórica para los pogromos de la rusia zarista y, más tarde, para la persecución nazi.
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Sus detractores afean a Eco la puesta en escena de un montaje histórico "falso". La construcción de una "sinfonía maligna" que no se molesta en interrumpir. La comunidad judía y la Iglesia se preguntan: ¿puede un autor que no interviene en la historia evitar la peligrosa ambigüedad? El periódico de la Santa Sede opina que no: "Denunciar el antisemitismo poniéndose en la piel de los antisemitas", escribe la historiadora Lucetta Scaraffia en L'Osservatore Romano, "no funciona como una verdadera acusación. El lector acaba por resultar contaminado por el delirio antisemita [construido por Eco]. Cuando se evoca el mal, es necesario enfrentarlo al bien, para que sirva de contraste. La reconstrucción del mal sin condena, sin héroes positivos, adquiere una apariencia de voyeurismo amoral".
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"La narración de Eco quiere desmontar lo falso a base de reconstruir esas falsedades" -escribe otra historiadora, Anna Foa, en la revista mensual publicada por las comunidades judías italianas-. "Si los heréticos podíamos disfrutar con las brujas de “El nombre de la rosa”, ¿podremos hacerlo con la misma inocencia con la clase de construcciones que alimentaron las locuras de Hitler?". El escritor replica pragmático: "Quien escribe un manual de química puede también ser acusado si alguien lo utiliza para envenenar a su abuela".
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A estas declaraciones, Riccardo Di Segni, rabino jefe de Roma, contestó: "Pienso que el mensaje suena ambiguo. No se trata de un libro científico que analiza y explica, sino de una novela". "Mi intención era dar un puñetazo en el estómago de mis lectores", replicó el semiólogo. "Una violencia que convenció a otros".
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Un odio que también mueve a Simonini, educado desde pequeño en el desprecio a los judíos y a las mujeres, entrenado en el servilismo hacia el poder y cegado por su rencor personal: "Me doy cuenta de haber existido solo para vencer aquella raza maldita. Únicamente el odio calienta el corazón", dice.
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Entre tanta proclama acusatoria, Gad Lerner ha intervenido en el debate desde las páginas de La Repubblica. Según él, la novela está destinada a ser un clásico porque al fin y al cabo cuenta algo muy universal y actual. Se lo explica el protagonista Simonini a un agente secreto del zar: "La divina Providencia nos ha regalado a los judíos, utilicémolos y recemos para que siempre haya alguno al que temer y odiar". Lerner ve en este diálogo un afán tremendamente actual: identificar los enemigos para así definirse como comunidad a partir del odio al otro.
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ENTREVISTA

UMBERTO ECO

“En el futuro, la educación deberá enseñar a comparar sitios Web”

El autor de “El nombre de la rosa” habla, además, del libro impreso, la semiótica, la filosofía y la traducción.

Por Eric Fottorino
13.10.2010
Foto - JOVEN. COMO EMPEZO A ESCRIBIR A LOS 48, ECO DICE SER UN ESCRITOR DE 30.

Cuando se dice “Umberto Eco”, ¿de quién se habla: de un escritor, de un semiólogo?
“Yo estudié filosofía. Por lo tanto me considero un filósofo, sobre todo porque considero que la semiótica es la única forma de filosofía posible en este momento – todo el resto es literatura”, se define a sí mismo, y provoca, el autor de “El nombre de la Rosa” y “El péndulo de Foucault”, nacido en Italia en 1932.
Y enseguida refiere a su otra vocación, la literatura: “Yo soy un filósofo que hace filosofía de lunes a viernes y que, los fines de semana, escribe novelas… desde la edad de 48 años”.

Es un joven novelista…
La editorial de Harvard va a publicar conferencias que di en Atlanta sobre la forma en que escribo. El título es ‘Confesión de un joven escritor’ . Sí, me considero un joven escritor de 30 años”.

En una entrevista afirmó: “Internet es el escándalo de una memoria sin filtro, donde no se distingue el error de la verdad”.


En el futuro, la educación tendrá como objetivo aprender el arte del filtro . Ya no hace falta enseñar dónde queda Katmandú o quien fue el primer rey de Francia, porque eso se encuentra en todas partes. En cambio, habría que pedirles a los estudiantes que analicen quince sitios para determinar cuál es para ellos el más confiable. Habría que enseñarles la técnica de la comparación”.

En 2010, publicó “Nadie acabará con los libros”, con Jean-Claude Carrière (Lumen).
Si leí bien, hay un objeto de perfección que es el libro, el libro de papel tal como lo conocemos. ¿Por qué? Es hasta el momento la manera más segura de conservar y transmitir la información. Por tres razones. En primer lugar, creo que es el más práctico para leer, aunque ahora haya jóvenes que dicen - No, yo leo mejor en el iPad. Después, está el amor por el objeto. Si voy a mi sótano y veo mi “Pinocho” de cuando tenía 8 años y en el que había escrito cosas, me vuelven emociones que no encuentro en un disco que contiene el texto de Pinocho. Por último, teniendo en cuenta mi edad y si hubiera existido, no podría recuperar el disco de Pinocho porque se habría desmagnetizado. Eso es un problema: las computadoras cambian tanto que no sabemos cuál es la vida útil de un disco…

¿Considera que el saber y el conocimiento siempre se difundirán a través de lo escrito, o que en cambio la cultura de la velocidad, la de Internet, terminará afectando nuestra capacidad de juicio?
Creo que es necesario restablecer una cultura de monasterios, que en algún momento –yo ya me habré muerto, quizá– los que sigan leyendo tendrán que retirarse a grandes falansterios, al campo quizá, como los Amish de Pensilvania. Allí, se conserva la cultura y el resto, que flote como pueda flotar. Con 6 mil millones de habitantes en el planeta, no se puede pretender que haya 6 mil millones de intelectuales. Debemos ser un poco aristócratas desde ese punto de vista.

¿En qué cree usted hoy? ¿En la escritura, en los libros, en la cultura?

En el punto de interrogación. En la investigación. Mire, los primeros, en el siglo XIX, que tomaron en serio el espiritismo no fueron los místicos sino los hombres de ciencia. Encontré a matemáticos y lógicos que de noche iban a hacerse leer las líneas de la mano. Cuanto más se desarrolla un trabajo científico, más se necesita otra cosa. Hay políticos que piden su horóscopo. Bush por ejemplo…

¿En Italia también?
Actualmente, prefieren salir con chicas jovencitas.

¿Qué relaciones tiene con las traducciones de sus libros a otros idiomas, en la medida que, precisamente, usted habla esos idiomas?

En lo posible, trabajo mucho con mis traductores. Pero hay que confiar. Es imposible seguir todo. Para cada libro, envío siempre a los traductores un legajo muy rico donde aclaro que una palabra o una frase determinada es “una alusión a”, que se podría decir de tal o cual manera. Por ejemplo, en La isla del día de antes (Editorial Lumen), todos los capítulos tenían el título de un libro del siglo XVII. Y esos libros existían en todas partes. Entonces les di la lista a los traductores.

Es lo que usted quería decir al escribir ese libro que se titula “Decir casi lo mismo” (Editorial Lumen). ¿Lo que importa es el “casi”?
No, lo que importa es el “casi”, el “decir” y “lo mismo”.

¿Qué es lo que se traduce? ¿La superficie literaria o el sentido profundo?
Un ejemplo trivial: hay un personaje imbécil que hace un juego de palabras, una ocurrencia que demuestra lo imbécil que es. El problema no es traducir ese juego de palabras literalmente, sino encontrar un juego de palabras imbécil en su propio idioma. En ese caso, lo importante no es el juego de palabras, sino el hecho de que el tipo es un imbécil.

¿Ya sintió la tentación de escribir en otro idioma que no sea el suyo?

Sí, he escrito muchos ensayos en inglés. Directamente en inglés. Sucede vez más. Todos los científicos escriben en inglés.

TRADUCCION CRISTINA SARDOY

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