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Proust, Poe y la poesía


Rescatan once poemas inéditos de Marcel Proust y reúnen textos de Baudelaire, Mallarmé, Valéry y Eliot sobre Poe
La poesía como tiempo recobrado. La revista turolense «Turia» publicará once poemas inéditos de Marcel Proust.


Sergi Doria, Barcelona
17/03/2011


La poesía, señala Mauro Armiño como traductor de la obra proustiana, «persiguió» al escritor asmático durante toda su vida: «Empezó escribiendo y publicando en alguna revista durante sus años de estudiante, no tardó en derivar hacia la narrativa, que en sus inicios quedó marcada por sus afanes líricos».


Estos poemas, que ven por primera vez la luz en español, ayudan a comprender la evolución creadora del autor de «En busca del tiempo perdido» y prefiguran su sensibilidad. Como asegura Armiño, «es en los poemas iniciales donde Proust busca en la poesía un cauce para la expresión de sentimientos o la descripción de una situación anímica personal». Entre los versos rescatados, el traductor há seleccionado los que se adscriben «a esa corriente finisecular en la que se integran y son comprensibles».
Entre ese material destaca, por su conexión con la magna obra del escritor, el titulado «Contemplo a menudo el cielo de mi memoria»:


«Todo lo borra el tiempo como las olas borran / Los trabajos infantiles sobre la allanada arena / Habremos de olvidar estas palabras tan precisas / tan vagas. / Tras las que el infinito sentimos cada uno».


Entre los poetas de cabecera de Proust cabe destacar el poderoso influjo de Baudelaire y, sobre todo, el de Mallarmé, que inspiraría algún perfil literario de su magna obra.

En el «Canto general», Neruda identifica a Poe con una «matemática tiniebla». Y en «Matemática tiniebla» (Galaxia-Círculo), reúne Antoni Marí los textos en que Baudelaire, Mallarmé, Valéry y Eliot situaron a Poe en el frontispicio de la modernidad. La ecuación nerudiana, una poética que combina «la tiniebla del subconsciente con la luz de la matemática. La más bella paradoja estética: el orden del caos».
Poe señaló el camino del nuevo siglo poético. Baudelaire lo tradujo y Mallarmé lanzó los dados sobre el azar de la página en blanco.

Un ensayo de Eliot proporcionó a Marí la idea de reunir los textos germinales de la poesía moderna. El autor de los «Cuatro cuartetos», subraya, «hubo de reconocer, a su pesar, la presencia de Poe en su poesía». El ordenado Eliot hubo de admitir, recalca Marí, que «uno de los peores poetas en lengua inglesa —según él— se había colado de un modo subrepticio en su propia obra poética». Al final, en su libro «De Poe a Valéry», Eliot reconocería que Poe también inspiró a los maestros franceses por «la magia musical del verso, el ritmo de la concatenación y la evolución de la melodía».

La «Matemática niebla» de Marí combina esos textos de Baudelaire, Mallarmé, Valéry y Eliot que explican «las transformaciones de la poesía contemporánea a partir del efecto que supuso el conocimiento del autor americano por parte de los poetas franceses». Baudelaire lo había descubierto en la narración «El gato negro» y veía al «poeta maldito» consagrado a la belleza. Una figura que él mismo encarnó junto con Verlaine y Rimbaud. Fue Baudelaire, concluye Marí, «quien reveló al joven Mallarmé el interés por Poe». Una influencia que prosiguió en Valéry: «Si a Baudelaire le interesaba la humanidad de Poe, y a Mallarmé su poesía, lo que interesó a Valéry fue la teoría de la poesía: la conciencia de las operaciones mentales y la imaginación consciente considerada como un instrumento de precisión».

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200 gramos de Proust

Se edita una 'càpsula' de 200 páginas desgajada de
'En busca del tiempo perdido'

Swann, Charlus, Albertine y todo el universo proustiano aparece en 'Celos'

Älvaro Cortina, Madrid
01/02/2011

Entre por 'Por la parte de Swann' y 'El tiempo recobrado', 'En busca del tiempo perdido' suma siete volúmenes de superación de la novela de salón parisino, más allá de Balzac, y de superación de capacidad lectora, más allá de la paciencia de muchos. Junto al monumento, los lectores pueden encontrar novelas suyas (esbozos para el monumento) más asequibles. 'Jean Santeuil' es un ejemplo; la que presenta ahora Gadir, 'Celos', otra. Aquí se podrá encontrar la estilística de frase caudal, integradora de tiempo, espacio a través de la mente. Se podrá encontrar a los Guermantes, al señor de Charlus ligoteando con jovencitos, al judío Swann, al narrador desquiciado por Albertine...

Cuenta a ELMUNDO.es Javier Santillán, editor de Gadir: "La novela tiene una entidad propia. Y constituye una perfecta iniciación en Proust, y es una buena ocasión para recuperarlo. Porque 'En busca...' da un poco de respeto por su extensión para mucha gente. Tanto quienes no lo hayan leído como los que sí lo hayan hecho, deberían leer 'Celos'". Esta novela de 200 páginas constituye una versión (en ocasiones bastante similar) al cuarto volumen, 'Sodoma y Gomorra'.

"Fue, digámoslo así, una pequeña traición a Gaston Gallimard", explica Santillán. En 1921, el esnob hipersensible celebérrimo del cuarto acorchado, decidió publicar en la revista 'Les oeuvres livres' una narración autónoma de ese mundo propio que había compuesto con sus fantasmas y sus conocidos, sin contar con Gallimard, que, ante el éxito, esperaba su siguiente entrega (el mentado cuarto tomo).
Una frase por cierto curiosa, en la que Proust parece reflejarse irónicamente: "Quienes pertenecen al gran mundo tienden a imaginar los libros como una especie de cubo, con una de las caras levantada para que el autor se apresure a 'meter' en su libro a las personas que conoce". La famosa 'roman à clef'. Novela en clave de quién es quién. Hoy, los especialistas han desenmascarado a muchos de sus caracteres, de sus modelos. En la medida de lo posible, han desenmascarado a Proust. La mayor parte de 'Celos' está detenida en un salón, donde el modo y el efecto de un mero saludo con la mano provoca todo tipo de consideraciones sociales, donde todo parece tasarse al milímetro. Se menciona a D'Annunzio, se menciona el Caso Dreyfus, y embajadores del gran mundo van saliendo a escena. Armiño: "'Celos' se convierte en una pequeña fisura por la que el lector penetra en el mundo de 'En busca del tiempo perdido', de sus personajes y de los temas clave".

Mauro Armiño, traductor, aclara mucho con notas a pie de página. Aquí un pasaje de su prólogo:

"De este modo, 'Celos' se convierte en una pequeña fisura por la que el lector penetra en el mundo de 'En busca del tiempo perdido', de sus personajes y de los temas clave: amor, celos, deseo, inquietud, angustia... los fantasmas que roen la conciencia del mundo de apariencias, mientras los protagonistas se retuercen bajo la desgarradura de los celos y el deseo".

Ya lo hemos dicho: la mayor parte de 'Celos' es más bien estática. Discurre por los cauces propios de sus elucubraciones sociales y maledicencias y gestos suelos o insinuaciones. Después, todo se va traduciendo en la espera a la chica que no llega. No, digamos, una espera beckettiana, en el fondo absurdamente relajada, sino un arrebato. Los celos, o sea. Ya lo dice Harold Bloom en 'El canon occidental', cuando habla del genio cómico del autor, "único" en "ver y representar la alta comedia, más que la farsa vulgar, de los celos sexuales" (¡y no lo dice de Shakespeare!). "La investigación" del celoso es casi el nervio del filósofo por conocer el hecho, el fenómeno en sí mismo.

El narrador de 'Celos' se pasea entre sombras rumiando, indagando. El Swann que ya aparece en las primeras genesíacas páginas de 'A la busca del tiempo perdido' (¿se acuerdan, que cuando acudía a cenar a casa del narrador/niño la madre se ausentaba de darle un beso?), a favor del coronel Dreyfus, también estimula la cháchara de muchos. Y Albertine... Albertine sin aparecer en el palacio de Guermantes. "Proust en estado puro", considera Santillán. Además, sirve para ir cogiendo músculo para lo gordo.

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¿De Joyce o de Proust?

Vila-Matas, Cercas, De Villena y Puértolas escogen en el día de 'San Ulysses'


Matías Néspolo, Barcelona
01.02.2011


Existen al menos seis versiones de lo que sucedió la madrugada del 19 de mayo de 1922 en el hotel Majestic de París. Todas son igualmente patéticas. El encuentro entre James Joyce y Marcel Proust no fue más que un triste desencuentro.

Sydney Schiff y su esposa Violet brindaron una cena con invitados de la talla de Pablo Picasso para agasajar a Igor Stravinsky y al director del Ballet Ruso Serge Diaghilev que acababan de estrenar 'Renard' en la Ópera de París. Pero el secreto propósito de la pareja era que reunir en una misma sala a los dos hombres que habían dinamitado la novela burguesa y estaban en la boca de todos. El flamante 'Ulysses', editado por Sylvia Beach, estaba en las librerías; Marcel Proust, que ya era una celebridad, corregía los tres últimos tomos de 'À la recherce du temps perdu'.

Se sabe que Proust llegó pasadas las dos de la madrugada envuelto en un coqueto abrigo de pieles y que lo sentaron junto al irlandés que para entonces ya estaba borracho. Se dice que hablaron de trufas o de duquesas, que lo suyo fue un penoso intercambio de secas negativas (ni Joyce conocía la obra del francés, ni éste había leído el 'Ulysses') y que, como cuenta William Carlos Williams, uno se quejaba de su jaqueca crónica y el otro lanzaba lamentos por su estómago, en un penoso diálogo de besugos. Se dice incluso que compartieron el mismo taxi y que el pobre James pretendió abrir la ventanilla y fumar, pero se lo impidieron para proteger al asmático Marcel. En todo caso, lo cierto es que sólo se ofrecieron incomprensión y mutuo desdén.

Javier Cercas ve a los dos autores como dos
hermanos antitéticos empeñados en matar
al mismo padre: Flaubert


Meses después, murió Proust y del encuentro entre los dos creadores que forjaron los pilares narrativos del siglo XX sólo quedaría ese agrio sabor de boca y algún que otro dardo de Joyce en sus notas: "Proust, bodegón analítico. El lector termina la frase antes que él". Sin embargo, tuvieron muchas cosas en común. Ambos hicieron estallar el realismo decimonónico desde dentro, llevando al extremo sus potencialidades intrínsecas. Y ambos escritores nutrieron su obra cumbre con material fundamentalmente autobiográfico.
Pero sus caminos fueron antitéticos y su desencuentro parece dividir aún hoy las aguas narrativas entre los adeptos al monólogo interior y a la epifanía joyceana, por un lado, y los devotos de la musicalidad y las reminiscencias proustianas, por el otro. Mientras los primeros celebran hoy en Dublín el Bloomsday, los segundos los miran con recelo. La incomprensión mutua parece perpetuarse.

Enrique Vila-Matas está, sin duda, con la escuadra dublinesa. No en vano, abre el volumen colectivo 'La orden del Finnegans' (recopilación de textos joyceanos con aportaciones de Eduardo Lago y Jordi Soler, entre otros publicado por Alfabia) con 'Doctor Finnegans y Monsieur Hire', una pieza que funciona como 'work in progress' de su próxima novela. "Lo lógico es que no se excluya ninguna de las dos obras, pero si hubiera dos bandos enfrentados, yo estaría en el de Joyce", reconoce.

Entre otras cosas para derribar "el absurdo tópico español de que el Ulysses no se entiende", añade el barcelonés, moderadamente indignado porque "nadie se atreve a insinuar que Proust es ilegible" con el mismo desparpajo. "Me estimula creativamente mucho más el mundo de Joyce que el de Proust y tengo la impresión de que su obra está más proyectada hacia el siglo XXI que 'À la recherche'", puntualiza. Aunque, para liarnos aún más, Vila-Matas dice que hay un tercero en discordia llamado Franz Kafka y que ésa sería su verdadera devoción.

Desde la grada contraria, el poeta Luis Antonio Villena emite el juicio opuesto. "Me siento más cercano a las reminiscencias proustianas que al flujo de conciencia de Joyce. Y el mundo interior de Proust me parece infinitamente más rico", añade sin ocultar que el 'Ulysses'... le aburre. Villena califica las dos novelas de obras maestras en pie de igualdad y no niega las innovaciones de ambos autores, pero puntualiza que "la memoria involuntaria es todo un hallazgo de la técnica narrativa tan importante como el monólogo interior". Y de más está decir que el poeta prefiere a indagación razonada de la conciencia"" del francés antes que el flujo caótico de Joyce.

En definitiva, para Villena más que caminos estéticos irreconciliables, se trata de "sensibilidades muy opuestas". "Se podría escribir una novela proustiana con la técnica de Joyce", aventura. Pero con el fondo provinciano del irlandés, con su deje católico y con el mundo de "borrachines de pub", Villena no puede. Sencillamente, no puede.

Y en medio, quedan los neutrales e indecisos. Por ejemplo, Javier Cercas, que evita la comparación. "Joyce era un filólogo genial y Proust, un psicólogo genial. Y no se parecen en nada". Pero lo cierto es que se declara más cercano al irlandés, "por gamberro" y porque lo tiene "mucho más asimilado". 'À la recherche...', en cambio, sólo la ha leído íntegramente una vez, confiesa. ¡Que tampoco está tan mal! "Hay muchas más cosas de Joyce que de Proust que me han servido como escritor", reconoce. Cercas ve a Proust y Joyce más como hermanos antitéticos que lucharon por una causa común: matar al padre. "Ambos se enfrentaron a Flaubert y creo que son absolutamente complementarios", enfatiza. Por eso el autor de 'Soldados de Salamina' cree que adorar a uno y rechazar a otro es, hoy en día, pura pose.


También conciliadora se muestra Soledad Puértolas, aunque le ocurre exactamente lo contrario que a Cercas. "Soy más proustiana, aunque también me atrapa el Joyce de 'Los muertos', el de 'Dublineses', pero ese no es el Joyce de verdad sino el antecedente". Puértolas valora las epifanias del irlandés pero encuentra mucho más sugerentes los finales de Proust y "las relaciones caprichosas que establece en su mundo de formas". "Me interesa la capacidad que tiene Proust de combinar lo trivial y lo superficial con una profunda indagación sobre el fluir del tiempo", explica. Y al igual que Cercas, Puértolas niega la existencia de un enfrentamiento genuino entre dos bandos de autores adeptos a uno y otro modelo. "Ambos marcaron a la posteridad en igual medida y aunque no queramos, uno y otro, Joyce y Proust, forman parte de nuestra herencia", remata.

Puede ser. Pero no nos engañemos: las magdalenas no se empapan en cerveza ni los riñones fritos se comen con té.

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