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¿Toda? la filosofía


La editorial Ariel presenta 'Historia de la Filosofía' de Frederick Copleston


Álvaro Cortina, Madrid
17/03/2011

Ahora que el e-book amenaza con su oferta de libros que no ocupan, el espacio, el volumen tiene también su reclamo. La editorial Ariel ofrece ahora la 'Historia de la Filosofía' del jesuita británico Frederick Copleston (que se ha reeditado tantísimas veces) en un formato más comprimido. Ha metido (hacinado) los ocho volúmenes que manejan habitualmente los universitarios en cuatro. Así, Nietszche y Kant comparten libro, Sartre y Russell, o San Agustín y Parménides. Antes no pasaba. Ariel promete menos espacio, y menos precio.

De entre las 'Historias generales del pensamiento' que por España circulan, ésta, con la del alemán Johannes Hirschberger (en Herder) y la del tándem italiano Giovanni Reale/Dario Antiseri (también en Herder) son las más socorridas. La del alemán es indudablemente la más pesada, y la de Reale es la más moderna, es decir, actualizada, con un repaso más pormenorizado de la filosofía del siglo XX. Pero en las demás cuestiones de consulta e introducción, el trabajo de Copleston es incomparable en nuestra oferta editorial.

 
Por supuesto, tiene sus faltas. Porque nadie en el mundo mundial es capaz de escribir la Historia de la Filosofía perfecta. Habría que ser Dios. Nadie es ni tan imparcial, ni tan sabio. Pero Copleston anda muy fuerte en estas dos virtudes investigadoras. Si quieren saber de Heidegger o Bergson no acudan a este inglés. Pero su prosa simpática, muchas veces irónica, su repaso biográfico histórico y bastante detallado de la obra completa de tantos y tantos pensadores universales tiene mucho de monumento y al mismo tiempo de amable mentoría.

Los pequeños, los grandes: las disensiones

Desde pequeños filósofos (históricamente hablando) como Maritain (siglo XX), el conde de Shaftesbury (entre el XVII y el XVIII), a la Escuela de Chartres (del siglo XII) o el presocrático atomista Leucipo de Mileto. Y por supuesto, análisis extensos de Kant, de Anselmo de Canterbury, de Hegel o de Platón, o los grandes de la filosofía política. Unos le podrán achacar que dedica mucho espacio al Utilitarismo inglés y menos al Círculo de Viena, o siete páginas a Boecio o nueve al epicureísmo o 22 a Schopenhauer y 23 a Marx, frente a las 40 de Francisco Suárez o 60 de Okham... Es decir, habría dindudablemente razonable.

Resulta casi inverosímil que alguien pueda acceder al pensamiento de tantos hombres a veces radicalmente enfrentados sin tentación de juicio. Esclareciéndolos a todos. Aparte de su discusión radiofónica con Bertrand Russell sobre Dios (que se adjunta en las ediciones de Edhasa de 'Por qué no soy cristiano' y que está en You Tube) poco sabemos de él. Tal discreción, tanto conocimiento, nos esconden su figura personal detrás de las doctrinas. Traducido al español hay otro libro: 'Filosofías y culturas', de nuevo la generalidad, la pluralidad...

Más Russell, menos Historia

Comparte con la 'Historia de la Filosofía Occidental' del mentado Russell (uno de los libros favoritos de Borges) su prosa alegre, pero el filósofo Lord, justo por ser filósofo, no elude el sesgo personal (lo acentúa, a veces). Por eso la 'Historia...' de Russell, aunque es un libro divertidísimo, y formativo, y de deslumbrante vuelo literario, no sirve para una consulta genérica. Sirve para Leibniz (en el que se doctoró), pero no para, por ejemplo, Nietzsche. Además es mucho más breve que las Historias antedichas.

La depuración cerebral, la limpieza que se requiere para tratar a Locke como un 'lockiano' y a Aristóteles como un peripatético (¡ya sólo el intento!) presume unas características, una vocación, casi de entomólogo de conceptos (para después pincharlos en corchos, en cajitas de cristal) harto infrecuente. El padre Copleston es un misterio absoluto, más aún que el padre Brown de Chesterton. No es un delirio pensar que ya sólo tanta bibliografía requerida para su 'Historia...' supone más años que los que median entre 1907 y 1994, el intervalo de su vida. Copleston, que no tuvo ayudantes (no figuran como co-escritores), tuvo que vivir más vidas. Copleston quizá vivió 200 años, o 300. No resulta tan inverosímil, de tan grande que es su misterio.

'Historia de la Filosofía'. Volumen 1: De la Grecia Antigua al Mundo Cristiano. Volumen 2: De la Escolástica al Empirismo. Volumen 3: e la Filosofía Kantiana al Idealismo. Volumen 4: Del Utilitarismo al Existencialismo., de Frederick Copleston. Ariel, 2011. 29 euros cada volumen.http://www.elmundo.es/

LIBRO


Ingenuidad aprendida


Filosofía mundana y transparente


Luis Fernando Moreno Claros
11/03/2011

Javier Gomá (1965) es uno de los pensadores actuales más libres y sólidos de nuestro país. La claridad y la elegancia de su estilo son ejemplares, y su escritura invita a seguir el acompasado ritmo de sus pensamientos sin atascos ni rodeos. En este sentido, sigue la senda más pura del fecundo quehacer de otros magníficos ensayistas hispanos: Ortega, Reyes, Zambrano o Vela.

Su nuevo libro nace después de su exitoso Ejemplaridad pública (Taurus, 2009) y contiene siete intensos ensayos breves a los que caracteriza un evidente aire de familia, pues perpetúan su propuesta de hacer filosofía "mundana" o un pensamiento para el presente y con pretensión de universalidad. Si filosofar fue en su origen asombro frente al hecho de que exista algo y no más bien nada, Gomá revela de maravilla su emotiva curiosidad por la vida humana, sometida a la finitud y la caducidad, así como una genuina fascinación por la tarea que compete a todo hombre de aceptarla con sus avatares.

Más allá del nimbo romántico que hoy parece mantener a nuestras sociedades avanzadas inmersas en un egotismo infantilizado, Gomá propone, con Goethe, que "hay que limitarse para extenderse"; y en una cultura contemporánea cuyos signos distintivos son la finitud y la igualdad junto a la burocratización (leyes coercitivas) y la anomia en las vidas privadas, la filosofía debe proponer algo nuevo a fin de animar a los ciudadanos a que sean activos y democráticos.
La "ingenuidad" en la que Gomá cifra su método de pensamiento propone que, más allá de relativismos y dogmas, la filosofía debe volver a interpretar la vida presente; a ella tiene que renacer ingenua, o lo que es igual, con firme mirada transparente para ocuparse de las cosas que de verdad importan y proporcionar ideas interesantes, pues "sólo las ideas interesantes son verdaderas". En este aspecto Gomá es un avanzado, pues la amplitud de su visión -encaramada en firmes atalayas culturales pero no preso en ellas- no teme declinar frente a los problemas que brinda el ocaso de una civilización que en modo alguno desea una vuelta atrás y que anhela un nuevo principio y nuevos horizontes.

¿Cómo devolver la "seriedad perdida" a una sociedad en la que predomina un subjetivismo irresponsable? ¿Cómo crear ilusiones en sociedades crepusculares en las que prevalecen las normas coercitivas y no las convicciones personales ejemplares? ¿Cómo dotar de contenido moral a la libertad? En suma, cuantos sigan la obra de Javier Gomá y disfruten de sus reveladores artículos periodísticos verán en estos excelentes ensayos una expresión muy bien sintetizada del agudo dibujo que con su "ingenua" perspectiva -que no cándida ni timorata- traza de nuestro presente civilizado. Lo bueno de Gomá es que abre caminos y propone osadas soluciones. De ahí que su libro sea también un "grito de guerra" contra lo difuso y vano, se enfrente al actual nihilismo del todo vale y albergue la pretensión de restituir el pensamiento a su cauce natural: el del
servicio a las personas y a una vida no sólo buena, sino mejor. –

Ingenuidad aprendida
Javier Gomá Lanzón
Galaxia Gutenberg / Círculo
de Lectores. Barcelona, 2011
174 páginas. 17 euros
http://www.elpais.es/

ENTREVISTA: JAVIER GOMÁ Filósofo


"Sobran leyes y faltan
conductas ejemplares"


Javier Rodriguez Marcos, Madrid
08.03.2011


"Soy de vocación temprana pero de maduración lenta", dice , cuyo ensayo Ejemplaridad pública (Taurus) se ha convertido en pocas semanas en un fenómeno dentro del pensamiento español actual. Su libro cierra una trilogía que se inició con Imitación y experiencia, y siguió con Aquiles en el gineceo (ambos en Pre-Textos). Que el primer título -era también el primer libro de Gomá- recibiera en 2003 el Premio Nacional de Ensayo, fue todo un síntoma de la ambición del proyecto filosófico de este hombre, nacido en Bilbao en 1965, que lamenta que el pensamiento se haya reducido a historia del pensamiento: "Usamos un lenguaje hiperlúcido pero anticuado, no es apto para afrontar los problemas de la sociedad contemporánea". La tormenta de escándalos del otoño político español y la polémica sobre la autoridad de los profesores en las escuelas explican en parte el éxito de un ensayo que piensa más en el futuro.

En su despacho de director de la Fundación Juan March, Gomá repasa las claves de su libro, cuya tesis central podría, con brocha gorda, resumirse así: hoy, todo poder -incluido el democrático- corre el riesgo de perder su legitimidad si, además de en la ley, no se basa en la ejemplaridad.

- Extravagantes masificados. "En las películas de Hannah Montana que ve mi hija, el mayor elogio que puede decir un chico enamorado es: 'Tú eres muy especial'. Eso en el siglo XVIII sería imposible. El hombre se sigue comprendiendo a sí mismo con las categorías del romanticismo. Es el genio que está por encima de las reglas, pero vulgarizado".

- Posmodernos sin saberlo. "Hoy una chica de 13 años es posmoderno-romántica sin saberlo. Cuando dice: 'Esto es mi cuerpo, ésta es mi vida, hago lo que quiero', está hablando el lenguaje de Voltaire, de Chateaubriand, de Nietzsche. ¿Cuándo se convirtió esa visión, que empezó siendo minoritaria, en una imagen natural del mundo? En los años sesenta del siglo XX. Con el derrumbamiento de la sociedad jerárquico-autoritaria y la entrada en escena de la masa consumista".

- Autoridad sin autoritarismo. "Ha saltado por los aires el principio de autoridad, que era un elemento vertebrador de la sociedad. Hasta el siglo XVIII un individuo tenía una esfera de libertad muy pequeña y un concepto de sí mismo al servicio de (el rey o el gremio de zapateros). Además tenía creencias colectivas fuertes (patriotismo, religión) y costumbres extremadamente moldeadoras (la tradición). Y todo en una sociedad muy jerárquica con una minoría poderosa que se proponía a sí misma como modelo. Esa combinación rompía cualquier individualidad. Ahora vivimos la ausencia de todo eso unida al lenguaje de la liberación subjetiva. Disturbios como los de septiembre en Pozuelo y la polémica sobre la autoridad de los maestros demuestran que los chicos viven en sociedad, pero no están socializados. Hay que volver a valorar las conquistas de la libertad: el derecho a la intimidad, a la reunión, al propio nombre, cosas que hasta hace poco se negaban. Los jóvenes de hoy no saben cuánto costó esa liberación porque el precio no lo pagaron ellos sino sus padres".

- Fascinante confusión. "Me considero un hijo gozoso de mi época. Tenemos la responsabilidad de dar contenido a un proyecto civilizatorio que es contingente, precario y sin precedentes que sirvan de modelo. Fascinante. Los que nos dedicamos a la reflexión debemos ayudar a moldear la que será la imagen natural del mundo en el futuro para que sea compatible con la convivencia colectiva y favorable al proyecto democrático, secularizado e igualitario".

- Demasiada vida privada. "La libertad es el presupuesto de la ética pero no la ética misma. Claro que hay violaciones a la libertad, infinitas, pero ya nadie las considera legítimas. El liberalismo ha convertido la libertad en un dogma. Cualquier insinuación sobre uso cívico y social de tu libertad produce alergia bajo el nombre de vida privada. Hemos olvidado que cuando se inventó el Estado coactivo se inventó también la vida privada como un terreno inviolable. No puedo estar más de acuerdo en términos jurídicos (la defensa frente a la autoridad), pero la socialización y la ética son otra cosa".

- Más ejemplos y menos leyes. "Siempre existirán autoridades coactivas -tu padre o el Ministerio de Hacienda-, pero las que pretendan ser legítimas tendrán que basarse en la ejemplaridad. Antes, ser padre era un hecho biológico del que se derivaba un arsenal de poderes sobre tu mujer y tus hijos. Hoy es un hecho moral que te tienes que ganar con una conducta ejemplar. El problema de la política es que hay sobreabundancia de leyes y falta de conductas ejemplares. Es un círculo vicioso: el ejemplo negativo de los políticos desmoraliza a la sociedad, se generaliza la vulgaridad en la conducta y los propios políticos reaccionan con más leyes".

http://www.elpais.es/
Philosophy as inspiration

The consolations of understanding

09.02.2011
Foto - Aristotle and the quest for understanding

THE unexamined life is not worth living, or so Socrates famously told the jury at his trial. He neglected to mention that the examined life is sometimes not all that wonderful either. In 11 biographical sketches of thinkers who tried to tread in Socrates’s footsteps, plus one on Socrates himself, James Miller explores what it means to follow the philosophical calling. Much trouble and uncertainty seems to be the answer, and some of the most famous philosophers turn out not to be all that admirable or convincing, he finds. So can philosophy inspire a way of life? That is one question raised by Mr Miller, who teaches politics and liberal studies at the New School for Social Research in New York.

Fortunately, Mr Miller does not press that question too hard. Any attempt to draw an all-encompassing moral from the lives he examines would have distorted the stories he has to tell. What we get instead is a vivid set of philosophical tales that are notable for their judicious use of sources, including rare early works. The result is a fresh treatment of subjects who are often served up stale. Even Immanuel Kant, whose writings were justly described by Heinrich Heine, a poet, as having “the grey dry style of a paper bag”, emerges as human.

If one wanted to compile a charge-sheet against the great philosophers, to show that they were unfit to lead their own lives, let alone inspire others, this book could provide some useful evidence. There are Plato’s disastrous dealings with Dionysius the Younger, the tyrannical ruler of Syracuse, and Seneca’s hypocritical fawning over Nero. We hear of Aristotle’s support for Alexander the Great’s cruel imperialism, which sits uneasily with the philosopher’s professed political ideas. Rousseau, who preached on education, abandoned his five children by his long-term mistress, and made pathetic excuses for doing so (he was too ill and poor to be a good father, and a foundlings’ home is not such a bad place to grow up, anyway).

St Augustine turned against the spirit of intellectual inquiry once he had found salvation, and his dogmatic invective laid the foundations for centuries of intellectual tyranny by the Catholic church. Montaigne was a master of the suggestive non sequitur and the self-contradiction. The thinking of one orator-mystic, Ralph Waldo Emerson, an admirer of Montaigne’s, was “untethered”, as Mr Miller puts it, from empirical evidence or logical argument. Kant’s conception of morality as a matter of rigid adherence to strict principles emerges as partly an intended remedy for his own hypochondria. Nietzsche confessed in 1880 that his existence was “a fearful burden”, though he was at least happier than before, because of progress in his work.

Feet of clay, indeed; but Mr Miller does not chide his dozen unduly. Most of them were, after all, aware of their shortcomings, and did not (except for Nietzsche, in some madder moments) present themselves as prophets or saints. At the end of his life, Rousseau acknowledged that it was not nearly so easy as he had assumed to follow the Delphic oracle’s injunction to “Know thyself.” He concluded ruefully that it was “arrogant and rash” to profess virtues that you cannot live up to, and retreated into indolent seclusion.

If Mr Miller had included the sunny and admirable David Hume and some other less troubled souls in his portraits, his gallery of philosophers could have been brighter overall. But on balance, the summation in his epilogue is probably correct: philosophical self-examination is not a reliable source of happiness or political nous. Still, there are many philosophers, including Aristotle, who regarded the quest for understanding as an end in itself, not as a path to joy or success. After all, as most of those who have been bitten by the philosophy bug will know, philosophers philosophise mainly because they cannot help it.

Examined Lives: From Socrates to Nietzsche. By James Miller. Farrar, Straus and Giroux; 432 pages; $28.
http://www.economist.com/
Francia recuerda a Simone de Beauvoir
en el centenario de su nacimiento
Maria Luisa Gaspar
05.01.2011
Foto - Simone de Beauvoir, en una imagen de 1971. (Foto: AFP)

PARÍS.- Un coloquio internacional, el estreno de varios documentales, nuevas biografías y reediciones diversas celebran este mes de enero el centenario del nacimiento Simone de Beauvoir, la admirada y denostada autora del Segundo sexo, atípica compañera del filósofo Jean-Paul Sarte.
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Los especialistas de su obra y de su persona se darán cita en París a partir del día 9, justo cien años después del nacimiento de Simone Lucie-Ernestine-Marie-Bertrand de Beauvoir, icono todavía vigente del feminismo mundial para algunas mujeres y pensadores, figura, también, ampliamente criticada.
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Organizado por la psicoanalista y escritora Julia Kristeva en la Universidad París-Diderot, el coloquio reunirá durante tres jornadas de trabajo a intelectuales y biógrafos de diferentes países, entre ellos Claude Lanzmann, Danièle Sallenave, Deirdre Bari y Hazel Rowely.
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No está, pues, todo dicho ni descubierto sobre esta intelectual que marcó la vida de miles de mujeres en todo el mundo al defender desde mediados del siglo XX que "no se nace mujer, sino que una se vuelve", porque "el conjunto de la civilización" elabora ese producto "intermediario entre el macho y el castrado que calificamos de femenino".
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Adorada y denostada
Fue también la "dama de hierro sartrienne", como le llaman algunos detractores, quien defendió el trabajo como la "única manera que garantiza a la mujer una libertad concreta", pues gracias a él la mujer puede franquear "en gran parte la distancia que le separa del hombre".
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Momentos de lucidez como los revelados en estos y otros escritos suyos contrastan, sin embargo, con algunos episodios de su vida y con el contenido de una obra epistolar -su obra maestra, según su colega Philippe Sollers- reveladores de una increíble capacidad de sumisión.
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Si intelectuales, realizadores y escritores se volcaron en el recordatorio del nacimiento de esta polémica figura nacional, la prensa tampoco dejó pasar el aniversario, para evocar sus actividades y escritos desde el mejor ángulo, como el diario 'Liberation', o de manera rotundamente crítica, como el semanario 'Le Nouvel Observatoire'.
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Ambos medios la muestran sin su eterno turbante, el rotativo con a una fotografía de la célebre feminista bisexual tomada en 1947; el semanario con su última portada ilustrada con su cuerpo desnudo, de espaldas, en casa de un amigo de su amante estadounidense Nelson Algren, captado a principios de la década de los años 50, en Chicago (EEUU), por el fotógrafo Art Shay.
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Detrás de esta imagen poco conocida, 'Le Nouvel Observatoire' desmitifica la figura de Simone de Beauvoir y entre otros aspectos de su existencia poco atractivos recalca el nulo compromiso tanto suyo como de Sartre en favor de la Resistencia contra la ocupación alemana.
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"El Frente Popular, la Guerra de España" tampoco les interesan, "su gran asunto es la filosofía y la escritura, y ellos mismos, por supuesto", insiste el semanario, que recuerda la inactividad resistente de la pareja, considerada, sin embargo, durante décadas, como símbolo de la lucha por la libertad en todo el mundo.
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Tampoco se salva en este centenario la memoria de Simone de Beauvoir de que se recuerde la extrema gelidez con la que empezó a defender ya en la década de los 60 causas perdidas, como la de la liberación argelina, en particular de las mujeres argelinas maltratadas por el ejército francés.
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El testigo es aquí de peso, pues se trata de la intachable abogada, feminista y política de origen tunecino Gisèle Halimi, que fundó con De Beauvoir el movimiento feminista Choisir (Elegir) y con quien defendió, entre otros, el derecho al aborto.
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Poco importa, lo fundamental es la obra, mantienen algunos autores, para quienes lo de menos es también la agitada vida amorosa de Simone de Beauvoir, quien en 1943 fue expulsada de la Educación Nacional tras ser denunciada por la madre de una de las numerosas alumnas a las que sedujo desde su cátedra.
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En cualquier caso, la precoz e inteligentísima Simone de Beauvoir, será siempre una mujer que intentó romper, con mayor o menor éxito, el molde social de la burguesía desheredada en la que nació, por lo que es todavía hoy "vaca sagrada" y fuente de inspiración de ciertos feminismos.
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No de todos, pues algunas camaradas de lucha critican el "pensamiento liberal-libertino" de la "grand sartreuse", así como la rudeza de su discurso contra la maternidad, y, curiosamente, contra las lesbianas, además de temer que su objetivo fuese hacer de la mujer "un hombre como cualquier otro".


Claude Lanzmann

"Sartre y Beauvoir me enseñaron a pensar.
Yo les di que pensar"

Marta Caballero
18.01.2011

Con un ojo semicerrado y el otro escudriñando al que entrevista, Claude Lanzmann pasea soberbia y surcos a sus 85 con la tranquilidad de ser alguien no sólo en la historia de Francia, "que eso no es nada", sino "en la del mundo". Filmó la obra única que es Shoah, esas nueve horas de épica testimonial en torno al holocausto, formó parte de la intelectualidad francesa de la segunda mitad del XX y fundó junto a Sartre y Beauvoir (de quien fue amante), la revista Les temps modernes, que hoy dirige.
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Todo esto después de haber pertenecido a la resistencia francesa y de haber escapado al genocidio. Ahora lo cuenta todo en un libro, La liebre de la Patagonia, unas memorias atípicas y sin orden cronológico que ayer estuvo presentando en el Instituto Francés de Madrid y que han sido un éxito de ventas en Francia. "En mí país soy querido, amado, venerado, odiado y detestado, pero he alcanzado la posteridad", presume.

PREGUNTA.- Escribe usted de su propia vida como si la hubiera vivido otra persona o como si la suya fuera la peripecia de un personaje de ficción.
RESPUESTA.- No es exactamente así pero tampoco son unas memorias. Fue mi editor francés quien me obligó a poner memorias para poder encasillar el libro en una categoría clara. Al igual que el resto de mis trabajos, como sucede con Shoah, hablamos de obras inclasificables. El orden no existe en este libro aunque sí existe un criterio, el de la memoria, es decir, el de lo que en mi memoria es más importante. Por eso empiezo con un capítulo dedicado a cómo se puede infligir la pena de muerte a una persona. De allí desemboco en mi experiencia personal, en concreto en mi tiempo en la resistencia contra los alemanes, preguntándome qué habría hecho yo en el caso de haber sido capturado, en relación a los que se suicidaron para no hablar. Y me pregunto: ¿Habría sido yo capaz de suicidarme? El tema del valor frente a la cobardía es el eje del libro y la arquitectura de la obra es a la vez libre, rigurosa y sutil.

P.- ¿Hasta qué punto ha sido sincero? ¿Ha guardado muchas cosas? ¿Es difícil para alguien que ha retratado el siglo XX con tanta fidelidad retratar la vida propia? R.- Claro, no lo he contado todo... Está lo importante y lo muy importante. Es un libro muy íntimo y a la vez libre, pero no por ello triste, hay muchas ocasiones para reírse. Es un libro novelesco porque mi vida ha sido novelesca, he sido una persona libre que ha asumido retos que otras personas no habrían asumido y he procurado no estar encorsetado en leyes. Mi vida ha consistido en el inconformismo en los momentos más relevantes. 

P.- ¿Habría suprimido algún pasaje de esa vida o del libro?
R.- ¿Suprimir? ¿Por qué? 

P.- Todos nos arrepentimos de ciertas decisiones...
R.- No, quitar partes me convertiría en otra persona. Yo no me juzgo, ni entro a valorar lo que he hecho bien o mal. El reto ha sido el valor de la sinceridad a la hora de decir cosas que no eran agradables. Pero lo importante es que fuera veraz, ahí está la riqueza del libro. En cuanto a partes favoritas, pues hay muchas, hay capítulos muy bonitos y también hay frases realmente bellas, porque esto también es una obra de literatura, de gran literatura.

P.- La liebre de la Patagonia ha tenido mucho éxito en Francia. ¿Se siente querido allí? ¿Se percibe como parte de la historia de su país? R.- En mi país soy respetado, amado, adorado, odiado, detestado... todo a la vez. Pero Francia no es nada, habrá querido decir en la historia del mundo. De hecho, sus colegas de El País escriben que con este libro he conseguido la posteridad. 

P.- ¿Es que no se la había dado Shoah?
R.- Sí, lo cierto es que ya lo había hecho con esta obra, que está reconocida mundialmente como un documento único, histórico. Y de hecho este libro está en sintonía con Shoah. Hace dos meses en Alemania recibí el gran premio de literatura (saca de una carpeta azul varias páginas de periódicos alemanes con su fotografía en la apertura y traduce): "aquí dice: 'una vida dedicada a la grandeza del espíritu'. Y en este otro: 'un héroe y un enorme valiente', y lo firma una descendiente de Wagner...

P.- ¿De alguna manera, cuando rodó Shoah, había también una intención de trascendencia, de alcanzar la inmortalidad más allá del hecho de hacer justicia?
R.- No, no la hubo, sólo lo hice para dar a conocer lo que fue el genocidio. 

P.- En el libro da la sensación de que habla del largo rodaje de Shoah como de unos años oscuros, en los que usted estaba muy absorbido por su material. ¿Llegó a no verle el final?
R.- Y menos mal que lo estaba, si no, aún no lo habría acabado (ríe). No es tanto una época oscura como un tiempo difícil, a veces muy difícil. Cuando lo acabé no sentí una alegría particular, porque siempre supe que en algún momento iba a terminar. No de golpe, no como para poder pasar página. De hecho, cuando terminó el rodaje empezó una tarea enorme que fue la del subtitulado, y luego tuve que pelear por la película, porque no tenía dinero ni siquiera para la primera copia. Y una película de nueve horas subtitulada es muy cara. 

P.- De lo que más ha hablado la prensa tras la publicación del libro es de su relación con Sartre y Simone de Beauvoir, de la que fue amante. Usted dice que ellos le enseñaron el mundo. ¿Qué les enseñó usted a ellos?
R.- Ellos me enseñaron a pensar y yo les di que pensar, así podría resumirlo. Simone de Beauvoir me enseñó España, por ejemplo, vine con ella varias veces en tiempos de Franco. Yo les enseñé cómo fue el exterminio y las dificultades y contradicciones de una vida como la mía.

P.- ¿Por qué se define como un mal judío? ¿En qué consiste eso?
R.- Soy un curioso mal judío. Y, desde luego, para ser un mal judío la verdad es que he consagrado un buen tercio de mi vida a estas cuestiones. Cuando digo mal judío quiero decir que no he sido educado en la religión, pero considero que hay dos tipos de judíos, el de la positividad, que basa el ser judío en la práctica, y el de la negatividad, entre los que me encuentro. No es que me haya convertido en judío, porque siempre lo he sido, pero me he ido sensibilizando. En mi vida lo que ha jugado un papel central han sido el antisemitismo, la persecución, la empresa nazi del exterminio... y aunque ni a mí ni a nadie de mi familia nos detuvieron lo cierto es que podía haber ocurrido. En definitiva, los rabinos me dicen: "Alguien que ha hecho Shoah no puede ser un mal judío". 

P.- Sus declaraciones pro israelíes han sido muy polémicas. ¿Por qué es tan complejo hablar de esta zona del mundo y salir ileso?
R.- Son prejuicios. Hablo de Israel en mi libro como hablo de Alemania y de España, y además lo hago con conocimiento de causa, a diferencia de mucha gente que habla sin saber. He hecho películas sobre Israel. Mi primera película, seleccionada para el Festival de Nueva York en el 73, se titula Por qué Israel, sin interrogación. Y es una película de gran belleza sin ser propaganda, huye del maniqueísmo y muestra las contradicciones y las dificultades de un país joven que intenta construirse después de una catástrofe como fue la de Shoah. Mi segunda película, del 94, Tsahal, sobre el ejército israelí, habla de las injusticias que se dicen y sobre el valor, sobre las armas, sobre el sacrificio y el número de muertos que ha resultado de todas las guerras en las que ha entrado Israel. Y también sobre el peligro existencial al que se enfrenta el país. Pero no escondo en ningún momento sus contradicciones o sus excesos, que los hay. 

P.- Ese país le valió la enemistad con Godard.
R.- Godard dijo tonterías y yo me limité a transmitir lo que él había dicho. ¿Lo preguntas.

'No hay ninguna garantía de que leer nos haga mejores'

Antonio Jiménez Barca
08.01.2011 

La silenciosa casa parisiense del filósofo Alain Finkielkraut (París, 1949) se encuentra, literalmente, tapizada de libros: hay estanterías con miles cuidadosamente ordenados en el salón, en las habitaciones, en el largo pasillo que conduce a los dormitorios.

En 2005, este ensayista y profesor de Historia de las Ideas en la Universidad Politécnica, en una entrevista a un periódico israelí, aseguró -él mantiene que irónicamente- que la selección francesa de fútbol, alabada en su tiempo como modelo de mestizaje al responder al eslogan "blanc-black-boeur" (blanco negro árabe), se había convertido en "black-black-black": todos negros. Fue acusado de racista.

Corrían tiempos particulares: la protesta de los jóvenes inmigrantes de los barrios de la periferia, a los que Finkielkraut no ahorró críticas, había hecho arder miles de coches en una revuelta violenta, descabezada, desesperada y sin objeto. Sintiéndose víctima de un linchamiento, en vez de responder a las críticas, se acordó de varios modelos literarios, de varios personajes y se refugió en ellos: del Ludvik Jahn de La broma, de Milan Kundera (encarcelado por el régimen comunista checo por un chiste y una cadena de malentendidos), y el Coleman Silk, de La mancha humana, de Philip Roth (acusado y apartado de la universidad por utilizar un adjetivo despectivo y racista).

De estas lecturas procede Un corazón inteligente, el último ensayo publicado en español por Finkielkraut, el más literario, donde analiza de una manera muy personal 12 novelas, entre las que se cuentan, además de las citadas de Roth y Kundera, obras de Camus o Grossman, entre otros, elegidas entre los miles de libros que integran su inacabable biblioteca.
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PREGUNTA. ¿Le fue difícil elegir esos 12 libros?
RESPUESTA. No, me fue difícil escribir sobre ellos, pero no elegirlos. Son novelas que me han acompañado siempre, que he leído y releído, libros de los que sospechaba que tenía algo que decir de ellos. Hay otros que me gustan, claro, pero no son obras de las que me sienta capaz de comentar. Además, está lo ocurrido en 2005. Como sabe, a causa de una broma fui tratado de racista. Vi que me pasaba algo parecido a lo que le pasó a Ludvik y a Coleman Silk. En un primer momento, pensé en contestar a esas acusaciones, pero después me dije: "No, voy a tratar de aclarar primero lo que me ha pasado releyendo estos dos libros". Fue una suerte de catarsis personal. No arreglé cuentas, no respondí, pero esa experiencia me ayudó a crear este libro.

P. ¿Qué es un corazón inteligente?
R. Yo no he inventado la expresión. La he tomado prestada de una cita de Salomón en la Biblia. Él le pide a Dios un corazón inteligente. Ahora me parece que no es a Dios a quien hay que pedírselo, sino a la literatura, que es una suerte de jurisprudencia interminable de la vida humana.

P. ¿Y para qué necesitamos un corazón así?
R. El siglo XX nos ha enseñado el divorcio que hay entre la inteligencia y el corazón. Existe una inteligencia funcional que parece funcionar por encima de todo y una sentimentalidad que justifica todos los crímenes. Solo la literatura puede volver a unir los dos conceptos.
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P. ¿Cómo?
R. Las humanidades en general disputan a la ciencia el monopolio de la verdad. Proust dijo que por lo particular se llega a lo general. La literatura es una extraordinaria unión entre lo particular y lo general. Los personajes literarios no son tipos, muestras, generalizaciones: son individuos. Y solo se llega a la verdad humana cuando no se reducen esos individuos a generalizaciones. Las ideologías nos hacen vivir sobre las abstracciones sentimentales. Amamos ciertas identidades: el pueblo, la clase obrera, y detestamos otras: la burguesía, el capital... La literatura es la gran guardiana de la pluralidad, deconstruye las simplificaciones de las ideologías, que, a su vez, son ellas mismas simplificaciones literarias. Necesitamos la literatura para librarnos de esas simplificaciones. Dicho de otra manera: necesitamos la buena literatura para librarnos de la mala.
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P. ¿Leer le hace a uno mejor?
R. No necesariamente. No hay ninguna garantía de eso, por desgracia. El siglo XX nos ha enseñado que hay gente muy cultivada capaz de comportarse de una manera detestable. Algunos sacan de eso la conclusión de que la cultura no sirve para nada, de que no puede contener la barbarie. Y abogan ahora por una sociedad poscultural. Pero hay ejemplos de lo contrario en los que hay que fijarse: hubo campos de concentración en los que los prisioneros, gracias a que los nazis permitían la visita de la Cruz Roja, gozaban de cierta libertad. Era una libertad precaria, efímera, pero que les permitía organizar conciertos, obras de teatro, exposiciones... Así, eran capaces de albergar más sentimientos que la desolación y el horror. Como dijo Kundera, desplegaban todo el abanico de sentimientos del ser humano. La literatura, la cultura, sirve para eso: para desarrollar todo el abanico de sentimientos. Por fidelidad a esos prisioneros, debemos defender siempre la cultura. Incluso aunque sepamos que los verdugos aman la música.
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Un corazón inteligente / Un cor intel·ligent. Alain Finkielkraut. Traducción de Elena-Michelle Cano e Íñigo Sánchez Paños / Maria Bohigas. Alianza Editorial / Edicions de 1984. Madrid / Barcelona, 2010. 208 / 218 páginas. 17 / 18 euros.

Se il potere si nasconde ci salveranno i filosofi
Nel mondo delle idee c’è chi apre varchi nel clima malinconico e disfattista che ha dominato la fine del '900
Marco Belpoliti
31.12.2010
Foto - Il filosofo tedesco Peter Sloterdijk

Il 12 dicembre il New York Times riportava la notizia che il terzo mercoledì di ogni mese nove banchieri, i capi delle più importanti banche del mondo, si riuniscono in segreto per governare il mercato dei derivati: molti trilioni di dollari di prodotti finanziari che sfuggono al controllo della Borse. Sembra l’inizio di un romanzo di fantafinanza, ma anche la conferma che il turbocapitalismo ha trovato la sua stanza di compensazione, il cerchio magico attraverso cui dirigere le incerte economie mondiali. La scoperta fa balzare in primo piano un decisivo problema del XXI secolo: chi comanda nel mondo? Oggi che l’economia finanziaria non è più legata ad alcuno Stato o nazione, a nessuna legge ordinaria, che non ha più un territorio preciso, su cosa si fonda il suo comando?

Quello che il Nyt racconta non è solo la prova di un perfetto teorema complottistico, ma pone una questione teorica su cui i pensatori del nuovo secolo si stanno interrogando: cosa contrapporre a un potere sempre più invasivo, che si sottrae al controllo dei governi e ignora nel contempo i cittadini, svuotando di significato la stessa democrazia su cui si fonda il consenso sociale?

Negli ultimi anni due filosofi hanno tenuto il campo: Peter Sloterdijk, saggista e filosofo tedesco, con Non siamo ancora stati salvati (Bompiani), Il mondo dentro il capitale (Meltemi) e Sfere (solo in parte tradotto da Meltemi); e Slavoj Žižek, sloveno, filosofo militante, autore di molteplici volumi, in particolare: Il godimento come fattore politico (Cortina), L’epidemia dell’immaginario (Meltemi), e il recente Dalla Tragedia alla Farsa. Ideologia della crisi e superamento del capitalismo (Ponte alle Grazie). Dietro di loro, come numi tutelari, si stagliano Michel Foucault e Gilles Deleuze, figure intellettuali che dagli anni Settanta non sembrano mai aver perso d’interesse sia negli studi universitari sia nelle discussioni teoriche. Ma da qualche tempo, come ha evidenziato un libro appena apparso di Roberto Esposito, Pensiero vivente. Origini e attualità della filosofia italiana (Einaudi), ci sono pensatori italiani di spicco che hanno cominciato a lavorare intorno al tema.

Il primo si chiama Paolo Virno, insegna all’Università di Roma e in passato è stato accusato di far parte dei movimenti terroristici degli Anni Settanta; arrestato, processato e poi assolto, oggi è uno dei filosofi italiani più tradotti in area anglosassone. Il suo ultimo libro, E così via, all’infinito (Bollati Boringhieri), affronta un problema decisivo della politica moderna: perché dobbiamo obbedire? Su cosa si fonda la legge che regola la nostra vita collettiva? Attraverso un ragionamento stringente, legato a un’antropologia naturalistica e al dispositivo logico chiamato «regresso all’infinito» (la legge si fonda su una legge che impone di obbedire, che a sua volta è fondata su un’altra legge dell’obbedienza, e così via all’infinito), Virno mostra come l’animale uomo abbia come propria capacità intrinseca il linguaggio, la cultura, ovvero l’artificio stesso. In questo modo l’uomo è in grado di interrompere la catena della regressione all’infinito con una facoltà: tagliar corto, decidere.

Di fronte a uno dei capisaldi della modernità, che impone lo Stato moderno come depositario dell’ordine, amministratore della violenza, capace di addomesticare la ferinità degli uomini, come mostrano i filosofi da Hobbes a Carl Schmitt, Virno argomenta come a decidere per natura oggi non sia uno solo - il Capo, lo Stato -, bensì la moltitudine. E questo è sempre più vero in una fase storica come la nostra in cui la riproduzione della specie non è più solo un fatto materiale, ma è affidata al linguaggio, a quell’artificio proprio dell’animale uomo; per questa ragione occorrono nuove istituzioni che diano forma a questo passaggio dal mondo materiale al mondo immateriale.

L’altro autore che ha scandagliato i medesimi problemi è Massimo De Carolis dell’Università di Salerno. Due suoi libri si sono imposti all’attenzione non solo degli specialisti, per quanto di non facile lettura: La vita nell’epoca della sua riproducibilità tecnica (Bollati Boringhieri) e Il paradosso antropologico (Quodlibet). De Carolis lavora su un terreno che Michel Foucault definiva «ontologia del presente»: individuare, da un lato, quello che è da sempre proprio dell’uomo per ragioni biologiche e, dall’altro, ciò che appartiene alla contingenza del presente, ai problemi che abbiamo davanti. Ricostruendo le potenzialità creative dell’uomo, il filosofo mostra come dal mondo arcaico al postmoderno esista una vera e propria antropologia pluralista che neutralizza la tirannia dello Stato e della Politica, oltre che dell’Io.

Tutto, o almeno molto, è sempre possibile, ci dice De Carolis, nel processo di emancipazione dell’uomo. Si tratta di ragionamenti che sembrano aprire dei varchi nel mood malinconico e disfattista che ha dominato la fine del XX secolo, per pensare una nuova idea rivoluzionaria che non è più legata alla lotta di classe, all’egemonia di un gruppo o di un ceto sociale, ma alla natura stessa dell’uomo, alla sua prerogativa di essere artificiale. Pensare il futuro, e agire di conseguenza il cambiamento, è sempre più una questione di pensieri impensati. 


FILOSOFIA

LA RESISTENCIA DE
Walter Benjamin

Fernando Castro Flórez, Madrid
10.12.2010
Foto - El filósofo en una fotografía personal


Walter Benjamin es uno de los filósofos más influyentes de la contemporaneidad. El Círculo de BB. AA. y la Fundación Luis Seoane materializan su pensamiento en una cita imprescindible

La sugerencia benjaminiana de que es más difícil aprender a perderse en una ciudad que encontrar la forma de llegar a un destino fijado se ha materializado con frecuencia en la tendencia a citar al autor de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica para cualquier cosa sin necesidad de haber realizado el mínimo proceso de lectura. Daba la impresión de que el «triunfo» tardío de Benjamin era la típica institucionalización que apenas camufla el olvido craso. A pesar de la museofilia (la pulsión cultural momificadora), la dispersión o fragmentariedad de su pensamiento ofrecía indudable resistencia. Aunque algunos pretendan reducir a este crítico de brillantez extraordinaria a un conjunto mínimo de «consignas», sus textos (disponibles en la magnífica edición de las obras completas que está publicando la editorial Abada), tienen una cualidad laberíntica, plagados de sugerencias, y así nos ofrecen múltiples recorridos.
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La exposición que organiza el Círculo de Bellas Artes ofrece tres materiales extraordinarios: los programas radiofónicos de Benjamin, un atlas en cd-rom de conceptos y una película que supone una completa materialización del proyecto «pensar en imágenes». Además se ha editado el volumen “Archivos de Walter Benjamin”, donde, entre otras cosas, se recogen postales, esquemas de trabajo o cuadernos de viaje del pensador.
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Cuando la técnica destruyó el aura

Lejos de la habitual necrofilia o taxidermia que convierte la exposición de un escritor en un conjunto de vitrinas donde se «santifica» una escritura transformada en algo ilegible, Cesar Rendueles y Ana Useros –comisarios de la muestra benjaminiana– junto a Juan Barja, h.an realizado un trabajo titánico sencillamente extraordinario.

Principalmente porque han comprendido que era posible y deseable otra forma de exhibir un pensamiento poliédrico, tomando en serio la idea de Benjamin de que la técnica destruiría radicalmente el aura (la d.imensión cultual del arte) para situar lo político como fundamento.

Si en Dirección única indicaba que el libro es «una anticuada mediación entre dos sistemas de ficheros», ahora, en el despliegue planetario de la cibernética, las constelaciones que Benjamin trazó siguen teniendo eficacia para pensar lo que nos pasa. Su genealogía de la modernidad –que le llevó del drama barroco, a revisar el concepto de crítica del romanticismo, y especialmente a reconstruir París desde la flanerie baudeleriana, o a la organización del pesimismo propia de los surrealistas– nos desafía a encontrar las claves del presente teñido de impotencia crítica y banalidad estetizada.
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La cita recoge los programas de radio del filósofo,
un atlas en cd-rom de conceptos y una película
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La comprensión benjaminiana del cine como una reflexión especular sobre nuestra identidad móvil habla de nuestra ansiedad, del extravío que constituye nuestro destino. Hay una liberación de un mundo sin esperanza, pero entregado a lo que supera la evanescencia de las vida anónimas, enmudecidas en su esterilidad. «Parecía que nuestros bares, nuestras oficinas, nuestras viviendas amuebladas, nuestras estaciones y fábricas nos aprisionan sin esperanza. Entonces vino el cine, y, con la dinamita de sus décimas de segundo, hizo saltar ese mundo carcelario. Y ahora emprendemos entre sus dispersos escombros viajes de aventuras».
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Una atmósfera romántica rodea esta visión del espectador entregado a los ensueños como un aventurero; un agente del descontento que recorre un mundo plagado de símbolos que se hacen transparentes para él. Es la mirada del ángel que hace crecer las ruinas hasta el cielo: perplejo por una catástrofe que sospecha irreparable. La forma de la integración de esos mecanismos que nos acercan al inconsciente óptico es la de una compleja distracción que intensifica los reconocimientos sucesivos, a la vez que sitúa al que contempla como un excluido del paraíso, un marginado que es, por vez primera, partícipe de lo artístico en un sentido anteriormente desconocido.
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Un progreso en ruinas

La película “Walter Benjamin. Constelaciones”, que podemos ver en la Sala Minerva del Círculo, se estructura en una serie de capítulos («Iluminación profana», «Ciudad», «Pasajes», «Reproductibilidad técnica», «El autor como productor» y «Tesis sobre filosofía de la Historia»), con un montaje de infinidad de fragmentos de películas, desde Le Tempestaire, de Jean Epstein, a Octubre, de Eisenstein ; de El hombre de la cámara, de Dziga Vertov, a Entreacto, de René Clair; de Amanecer, de Murnau, a Noticiario de cine-club, de Ernesto Giménez Caballero, sin renunciar a la apoteosis nazi de El triunfo de la voluntad, dirigida por Leni Riefensthal .
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No faltan las fotografías de Atget, el Atlas de Warburg o Aire de París, de Duchamp. Hacia el final de esta lúcida reflexión (en la estela del ABC de la Guerra, de Brecht, y cercana a las Histories du cinema, de Godard) aparece el cuadro de Klee Angelus Novus.
Los comisarios han comprendido que era posible otra forma de exhibir un pensamiento poliédrico
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Sabemos que esa tempestad que llamamos progreso no ha dejado de acumular ruinas, y que tenemos, como advirtiera Didi-Huberman, imágenes pese a todo, ya sean aquellas fotos tomadas por un fotógrafo anónimo desde una cámara de gas de Auschwitz o individuos, atrapados por la cámara de Richard Drew, «volando» en Manhattan. La crisis de las formas de representación se muestra, según indica Benjamin en su ensayo “El narrador”,
como un proceso de secularización en el que se eclipsa el aspecto épico de la verdad.
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Frente a la narración que viene de lejos, la información se sirve de lo más próximo; sabe que ya no hay historias memorables. Como señaló Lukács, la novela es la forma trascendental de lo apátrida. Los contemporáneos ni siquiera tienen la esperanza de calentar su vida helada al fuego de una muerte que se ofrece a la levedad de la lectura. Los acontecimientos que nos mantienen entretenidos son una metamorfosis de la pirotecnia. Ojalá las constelaciones benjaminianas consiguieran despertar a la sociedad narcolépsica, esa multitud que aceptó, sin ansiedad, la neurastenia porque estaba ya políticamente disuadida. Aprender a perderse en el Atlas de Benjamin supone trazar una línea de resistencia.
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Hace 80 años que Ortega y Gasset publicó
«La rebelión de las masas»,
un libro que aún tiene actualidad

por IGNACIO SÁNCHEZ CÁMARA
27.11.2010
Foto - JOSÉ ZEGRI Manifestación estudiantil en Madrid en los años veinte

«Esta es la cuestión: Europa se ha quedado sin moral. No es que el hombre-masa menosprecie una anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral ninguna. No creáis una palabra cuando oigáis a los jóvenes hablar de la “nueva moral”. Niego rotundamente que exista hoy en ningún rincón del continente grupo alguno informado por un nuevo ethosque tenga visos de una moral. Cuando se habla de la “nueva” no se hace sino cometer una inmoralidad más y buscar el medio más cómodo para meter contrabando».
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Estas palabras, tan verdaderas cuando se escribieron como hoy, pertenecen a “La rebelión de las masas”, quizá no el mejor libro de su autor, pero, sin duda, el más influyente y clarividente ensayo de la más poderosa inteligencia española del siglo XX. Su vigencia es hoy aún mayor que hace ochenta años, pues lo que en él se denuncia, la rebelión de las masas, hoy ha triunfado. Vivimos bajo el imperio de a.quellas masas rebeldes. Eso es, probablemente, lo que nos pasa.

Recordemos algunas de sus iluminaciones: los síntomas del tiempo nuevo; el hecho de las aglomeraciones; el crecimiento de la vida y el aumento del nivel histórico; la crítica del estatalismo y del totalitarismo; la defensa de la democracia liberal; la denuncia de la acción directa; el combate contra la barbarie del especialismo; el estado del poder mundial; la denuncia del nacionalismo como manía; la propuesta de la construcción de los Estados Unidos de Europa;… Y mucho más.
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Pero no hay que olvidar que su propósito fundamental es el diagnóstico de la crisis europea y del Occidente todo. Y el origen de la crisis es moral. Europa se ha quedado sin moral. "Resumo ahora la tesis de este ensayo.
Sufre hoy el mundo una grave desmoralización, que entre otros síntomas se manifiesta por una desaforada rebelión de las masas, y tiene su origen en la desmoralización de Europa».
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Conviene precisar que estas ideas fueron pensadas hacia 1927, antes, pues, de la crisis económica del 29. Hoy, como ayer, la crisis económica es consecuencia epidérmica de profundas patologías morales. Creo que el diagnóstico de Ortega es perfectamente aplicable a nuestra realidad actual. Lo que entonces denunciaba, hoy ha alcanzado el más perfecto y fatal cumplimiento. La rebelión de las masas condujo a su triunfo, y hoy padecemos las consecuencias de esta victoria pírrica, pues el triunfo de las masas ha conducido a su miseria espiritual y material.
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La cosa no admite duda. O recuperamos la moral perdida o creamos una nueva. Creer que tenemos una vigente es un error y una inmoralidad. Pero la moral es, ante todo, el tesoro de los deberes e ideales. La moral consiste en el cumplimiento del deber que cada día trae consigo. ¿Puede haber moral si faltan metas e ideales, en suma, deberes?
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En “Meditación de la técnica”, de fecha muy próxima al ensayo que nos ocupa, afirma Ortega que «acaso la enfermedad básica de nuestro tiempo sea una crisis de los deseos, y por eso toda la fabulosa potencialidad de nuestra técnica parece como si no nos sirviera de nada». Crisis de los deseos. Sí, pero de los radicales y profundos, crisis de metas y objetivos, ausencia de proyectos, declive de la vocación; en suma, crisis moral. Pues no hay peor crisis que la ausencia de meta y sentido de la vida. El hombre-masa, que carece de proyectos e ideales, de deberes y exigencias, y, por ello, de nobleza, manda. Los bárbaros no aguardan más allá de nuestras fronteras, sino que llevan algún tiempo entre nosotros, incluso gobernándonos.
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La crisis que padecemos es consecuencia de las insuficiencias radicales de la cultura europea moderna. El mal es europeo; en España sólo exhibe una mayor intensidad. Y la salvación sólo puede proceder de la reconstrucción moral de Europa. Para ello dos condiciones son necesarias: la existencia de un poder espiritual y la docilidad de las masas, aunque sólo fuera para evitar su ruina material, ya que la espiritual, al parecer, les inquieta poco. La vida humana es quehacer, y no hay verdadero quehacer sin ideal. Lo que necesitamos son objetivos e ideales, es decir, deberes.
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