HISTORIA

La prosa de Hugh Thomas vale un imperio
Un imperio como el de Carlos V y la conquista del Nuevo Mundo, ejes del nuevo libro del historiador inglés
02.12.2010

El Imperio español, sus muchísimos nombres y hombres y sus innumerables circunstancias sigue siendo El Dorado para muchos historiadores. Y las palabras y los libros que nos iluminan en este apasionante camino continúan arribando procedentes, curiosa, casi paradójicamente, desde los pupitres y los ordenadores de la que entonces fuera la pérfida Albión, enemiga a muerte sobre las procelosas aguas de la Mar Océana, y desde la que desde hace ya muchos años y muchos títulos sin embargo nos llegan esclarecedoras nuevas en las páginas de John H. Elliott, Henry Kamen y, el más reciente en desembarcar en nuestras librerías, Lord Thomas de Swynnerton, esto es, Hugh Thomas, su firma a pie de portada en los numerosos libros que ha dedicado a nuestro país.
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Hace ya cincuenta años que Thomas entró en el ruedo ibérico por la puerta grande con «La guerra civil española», aquel libro clandestino hasta la Transición con el que muchísimos españolitos a los que una de las dos Españas les había helado el corazón conocieron casi por primera vez una visión objetiva y «científica» sobre la Guerra Civil. Desde entonces, Hugh Thomas nunca se ha alejado de nuestra historia durante mucho tiempo. Hace unos años publicaba «El imperio español: de Colón a Magallanes» y ahora entrega la continuación: «El imperio español de Carlos V» (Planeta). Un tercer título dedicado a la época de Felipe II cerrará la trilogía.
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Años veinte del siglo XVI
Carlos I de España y V de Alemania lleva desde 1517 entre nosotros, tras pasar toda su vida en Flandes. «Su estancia en España fue realmente importante para él, aunque, sobre todo, Carlos era un hombre internacional, un hombre de mundo que hablaba francés, flamenco, algo de alemán y de italiano, y en español se defendía —cuenta el historiador inglés—. Pero llegó a tener una enorme simpatía por el país. De hecho, eligió Yuste para morir, donde posiblemente pasó los momentos más felices de su vida».
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La educación del Príncipe en Flandes durante su juventud fue intensa y corrió a cargo de su tía Margarita y los consejeros Guillermo de Croy y Adriano de Utrecht, luego Papa como Adriano VI. «Su instrucción fue exquisita —explica Thomas—, pero especialmente aprendió algo decisivo para un príncipe y para un hombre de su poder: sus preceptores supieron inculcarle y enseñarle que su papel, su puesto, era un auténtico trabajo. Le encantaba la música, por ejemplo, conocía muy bien a Erasmo, y sus pequeñas “Memorias” son un libro que vale muchísimo la pena leer».
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En aquella corte que aposentaba sus reales en Valladolid no faltaban los hombres de cultura como Alonso Valdés, Pedro Mártir, el canciller Gattinara, humanistas y hombres nacidos del Renacimiento. Pero ¿era aquel peculiar mundo instalado a orillas del Pisuerga un feudo de la modernidad? «¿Moderno, realmente qué significa la palabra modernidad? Más bien, creo que era una Corte con rasgos de los nuevos tiempos, pero todavía con otros del mundo medieval. Tal el propio Carlos, que como los reyes de la Edad Media nunca tuvo una sede fija. Sin embargo, era un hombre de su tiempo que viajaba con sus archivos y sus tapices a cuestas. Es difícil tener un juicio concreto sobre él. Pero es absolutamente seguro que poseía un gran sentido del deber y del honor, y que se sentía y tenía plena conciencia de que era alguien muy importante. No obstante, no deja de ser curioso que este hombre que fue prácticamente dueño del mundo al final de su vida por lo estaba realmente preocupado era por su colección de relojes».
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No es oro todo lo que reluce
La partida imperial de España se jugaba en esos momentos, además de en Europa, a miles de kilómetros, en América. Nuestros peones y alfiles se batían allí el cobre. Forjaban la leyenda y escribían, a mandoble limpio, la historia. Tipos de heroicidad, valor y coraje casi homéricos, aunque su catadura moral y su crueldad, aún hoy, cinco siglos después, es motivo de debate. Gente como Hernán Cortés, Pizarro, Pedro de Valdivia, Orellana, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Hernando de Soto... cuya violencia era generalmente expresión de su soledad, el aislamiento y el terror ante un mundo totalmente desconocido.
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«Por supuesto, estaban muy interesados por el oro y por las riquezas —continúa Hugh Thomas. Pero no sólo por eso. También por la gloria, y sinceramente por la expansión del Cristianismo. Aunque hay algo más y no menos importante: un enorme espíritu de curiosidad. No paraban de buscar cosas interesantes y nuevas. Por ejemplo, podían hacer una larga marcha en busca de amazonas...».
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El libro también incluye suculentos apéndices. Uno de ellos merece especial atención, el dedicado a las cifras. Sobre rentas de las Indias (en maravedíes); sobre poblaciones (especificando blancos, negros, mulatos e indios); sobre remesas de metales preciosos; sobre la navegación (de 2.500 barcos que surcaron el Atlántico durante el reinado de Carlos V 800 naufragaron o desaparecieron). Y es que los conquistadores no estaban tan abandonados a su suerte como pudiera parecer. Las cartas podían tardar años en ser contestadas, pero, sobre todo en México, como subraya Thomas, se «remitían a la Corte y al Consejo de Indias cartas de servicios y méritos, redactadas ante un abogado y numerosos testigos. Mediante ellas se puede seguir la vida y todo lo que hacían los conquistadores en las Indias».
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A este lado del Charco, además de recibir el oro y las riquezas como agua de mayo para financiar las guerras en Europa estaban muy pendientes de lo que allende los mares sucedía, tal como asegura Hugh Thomas: «No era como cuando los europeos conocieron China o la India. América era un Nuevo Mundo, y lo que allí sucedía era verdaderamente importante, y más allá de las matanzas, las batallas y el oro se tenía plena conciencia de ello».
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Entre los espadazos, las descargas de arcabuz, y la carnicería, un hombre se movía con ideas muy propias: Bartolomé de las Casas, levantando la voz y la palabra de Cristo en defensa de los indígenas. «No era un religioso normal de los que gustan a los poderosos. Tenía un gran encanto personal, era insistente, elocuente y hasta audaz, pues no en vano hizo diez veces la travesía del Atlántico. Creo que es uno de los hombres más importantes de la historia de España, y creo que aquí ganó la batalla, aunque en América los colonos siguieron haciendo lo que quisieron sin tener en cuenta sus eficaces argumentos. Carlos V y Felipe II tomaron muy buena nota de sus ideas»
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