«Diario de un escritor»

La literatura, la música, el arte: todo le interesa a Dostoievski y de todo se ocupa en «Diario de un escritor», que llega a las librerías el 8 de noviembre. Extractamos algunas entradas

POR FIÓDOR DOSTOIEVSKI
29.10.2010
FOTO - Escultura de Dostoievski frente a la Biblioteca Lenin (Moscú)

Adiós a la poesía, adiós a la prosa, adiós a las revistas voluminosas con tendencias y sin tendencias, adiós a los periódicos, a las opiniones. ¡Adiós, literatura, perdónanos! ¡Perdónanos si hemos pecado ante ti, como nosotros perdonamos tus pecados!
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Cuestión de generaciones
Hemos aprendido a no sorprendernos de nada. Si un cantante no es Rubini, si un escritor no es Shakespeare, ¿para qué vamos a leerlo y a perder el tiempo? Que sea Italia la que forme a los artistas y que sea París quien los lance a la fama. ¿Tenemos nosotros tiempo para formar, criar, cuidar, levantar el ánimo y poner en marcha un talento nuevo? ¿A un cantante, por ejemplo? Nos los mandan desde allí completamente preparados y ya famosos. Sucede con frecuencia que una generación no comprenda o rechace a un escritor. Al cabo de unas décadas, pasadas dos o tres generaciones, será reconocido y los ancianos más meticulosos se limitarán a mover la cabeza. Conocemos nuestro carácter, a menudo estamos descontentos y nos enfadamos con nosotros mismos así como con las obligaciones con que nos carga Europa.
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¿Dónde se metieron los antiguos malhechores de los melodramas y las novelas antiguas, señores? ¡Qué agradable era cuando existían! Era agradable porque aquí al lado vivía la persona más bondadosa, aquella que defendía la inocencia y castigaba el mal. El malhechor, el tirano, nacía siéndolo, marcado por una predestinación secreta e inconcebible del destino. Todo era personificación de la maldad en ella. Ya era malvado en el seno de su madre. Es más, probablemente, sus antepasados presentían su aparición en el mundo y escogían sus propios apellidos adrede para que correspondiera completamente a la posición social de su futuro descendiente. Ya sólo por este apellido se sabía que esta persona andaba con una navaja y mataba a la gente por nada, sin saberse con qué motivos. Como si fuera una máquina de matar y quemar. ¡Todo esto estaba bien! ¡Por lo menos estaba claro! Ahora los escritores hablan sobre Dios sabe qué.
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Descaro y valentía
Pero anotaremos, sin embargo, que no sólo por dinero se pueden vender las convicciones. Se pueden vender a sí mismas también, por ejemplo, por culpa de un servilismo excesivo e innato, por temor a pasar por tonto, por su desacuerdo con las autoridades literarias. La mediocridad a veces se tambalea de manera desinteresada ante las opiniones establecidas por los pilares de la literatura, sobre todo si estas opiniones están expuestas de una manera valiente, impertinente y descarada. A veces sólo este descaro y valentía le confiere título de autoridad a un escritor inteligente que sabe aprovechar las circunstancias y con esto se le permite influir en la masa, aunque sea temporalmente. La mediocridad casi siempre suele ser asustadiza, a pesar de la arrogancia visible, y obedece de buena gana. La timidez origina la esclavitud literaria y la literatura no tiene que ser esclava. A veces un literato viejo y venerado es capaz de actuar de una manera extraña sólo por el ansia de poder literario, de superioridad literaria, del rango literario que –quiera o no quiera– sorprende y seduce a los contemporáneos y pasará a otra generación en forma de anécdotas escandalosas sobre la literatura rusa de mediados del siglo XIX.
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¿Por qué muchas verdades actuales expresadas en un tono algo patético enseguida parecen perogrulladas? ¿Por qué en nuestro siglo para expresar la verdad se siente la necesidad, cada vez más imperiosa, de recurrir al humor, a la sátira, a la ironía, de endulzar con todo eso la verdad como si fuera un píldora amarga, de mostrar sus convicciones en público con cierto aire de altiva indiferencia hacia ellas, hasta con cierta falta de respeto, en una palabra, con cierta concesión infame?
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Por boca de otro
No tememos a las autoridades y despreciamos el servilismo en la literatura. Y este servilismo es muy frecuente, sobre todo en los últimos tiempos, cuando todo en la literatura se rebeló y se enturbió.
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Defendemos la literatura, defendemos el arte. Creemos en su fuerza independiente y necesaria. Sólo las teorías radicales y, por otro lado, la incapacidad vulgar pueden oponerse a esta fuerza. Pero la incapacidad y la rutina lo niegan todo por boca de otro. Les viene bien la ignorancia. No defendemos el arte por el arte.
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Si escribí una novela de folletín (algo que admito abiertamente), entonces, la culpa es sólo mía y de nadie más. Toda mi vida escribí de esa manera, así escribí todo lo que está publicado, excepto
la novela Pobres gentes y algunos capítulos de Memorias de la casa de los muertos . Sucedía a menudo en mi vida literaria que el comienzo de un capítulo de una novela o de un cuento ya estaba en la imprenta y comenzaban a componerlo cuando el final del capítulo todavía estaba en mi cabeza, pero yo tenía que escribirlo sin falta, por ejemplo, para el día siguiente. Me acostumbré a trabajar así e hice lo mismo con la novela Humillados y ofendidos , pero esta vez nadie me obligaba, lo hice por mi propia voluntad.
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«No entiendo nada»
Me salió una novela salvaje, pero en ella hay, por lo menos, unas cincuenta páginas de las que estoy orgulloso. Y puedo decir que atrajo alguna atención del público. Claro, la culpa sólo la tengo yo, que toda mi vida he trabajado de esa manera, estoy de acuerdo con que eso no está bien, pero...
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Antes, por ejemplo, las palabras «no entiendo nada» suponían la torpeza de quien las decía. En cambio, ahora representan un honor. Basta decir con toda franqueza y sin ufanarse «no entiendo de religión, no entiendo nada de Rusia, no entiendo nada de arte» para que enseguida usted mismo se sitúe a una extraordinaria altura. Esto es muy ventajoso cuando, efectivamente, usted no entiende nada. Pero este método simplificado no demuestra nada. En realidad aquí cada uno sospecha que los demás son tontos, sin pararnos a pensar ni preguntarnos: «¿No seré yo el tonto?».
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Ideas gratis
Sí, eso de pensar en nuestros tiempos es casi imposible: cuesta demasiado. A decir verdad, se pueden comprar también las ideas ya hechas. Las venden en todas partes y hasta las dan gratis; sólo que las que dan gratis resultan más caras y la gente empieza ya a advertirlo.
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No querría que mis palabras fuesen interpretadas como expresión de crueldad. Pero me atrevo a expresarme. Lo diré directamente: sólo mediante el castigo severo, la cárcel y el trabajo forzoso, podrían salvarse la mitad de los delincuentes. El castigo no agobia, según se dice, sino que por el contrario alivia. La purificación por el dolor es más sincera, más liviana que el destino que se les prepara absolviéndolos en los juzgados.
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Más de una vez me han instado a escribir mis memorias literarias. No sé si las escribiré, tengo poca memoria. Además es triste recordar. En general, los recuerdos no me gustan.
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¿Es posible que yo, al publicar esa envenenada alegoría, aspirase a ganar algo en las «esferas superiores»? Pero nadie ha podido decir de mí que he pretendido coquetear o ganar algo con esto en ciertas esferas, es decir, que he sido capaz de vender mi pluma.
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Y al mismo tiempo hay desconfianza. Toda Rusia, en algún sentido, está contaminada por esa desconfianza espantosa, en todos los estados y en todas las ocupaciones y, especialmente, en todo lo referente al poder. Cada uno piensa para sí: «¿Y si piensan que no tengo tanto poder?» Después viene el miedo y después el abuso de poder, y simplemente para demostrar su poder.
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«Diario de un escritor»
FIÓDOR DOSTOIEVSKI
Páginas de Espuma. Edición de Paul Viejo. Madrid, 2010. 1.616 páginas, 49 euros. A la venta el 8 de noviembre
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