Firmado: un examigo
El exportavoz de Wikileaks, Daniel Domscheit-Berg, retrata en un libro recién publicado el lado oscuro de las finanzas, gestión y personalidad del editor australiano durante la etapa en la que trabajaron juntos
ÓSCAR GUTIÉRREZ
24.02.2011
Trata de justificar una cosa y demostrar otra. Justificar que la actitud de Julian Assange le llevó a dejar Wikileaks; y demostrar que, junto al australiano, fue el sostén de la web de filtraciones desde 2007. "Creíamos en los mismos ideales" se confiesa Daniel Domscheit-Berg (Alemania, 1978) estirando la memoria para acercar al lector a su primer encuentro con Assange en las páginas de Dentro de Wikileaks: Mi etapa con Julian Assange en la web más peligrosa del mundo (Crown Publishing). "Eramos iguales", "un equipo increíble", prosigue el otrora portavoz y número dos de Wikileaks en un tono de admiración hacia el hombre que le hizo dejar su empleo, coger el petate y tirar millas por media Europa; el individuo con el que compartió techo en Wiesbaden (Alemania), también en Islandia; el que creyó "amigo", pero sobre el que ahora levanta una sombra que llega al manejo de las finanzas, de los documentos, sus tics dictatoriales y su vida personal.
Cada uno de los episodios en los que aparece Assange, el hombre que ha puesto en jaque al Pentágono a través de la revelación de cientos de miles de documentos secretos, reaviva el interés de la lectura, poco mimada por la escritura (su versión original esta redactada en alemán y editada por el sello Econ Verlag). Sobre el carácter paranoico y autoritario del editor australiano ya habían corrido ríos de tinta desde que Washington le pusiera en la diana. Domscheit-Berg, que pese a todas sus reticencias a la manía persecutoria de Assange cambió su apellido por Schmitt, redunda en este apartado del carácter del exhacker con palabras para definirle como "dictador", "autócrata", "emperador" y "tratante de esclavos". Le compara incluso con el creador de la cienciología, Ron Hubbard, escritor de ciencia ficción que "acabó creyéndose sus historias". Y repite una frase que Assange le hizo llegar en abril de 2010, principio del fin de su relación: "Si la jodes, te perseguiré y mataré".
Amores y desamores al margen -sobra señalar que el libro construye la versión de una de las partes-, Dentro de Wikileaks destapa algunas medio verdades sin duda reveladoras de puño y letra de Domscheit-Berg. El informático alemán, en las páginas dedicadas a las finanzas de la organización, afirma que "nadie supo cuánto dinero fue depositado en Moneybookers -firma británica en la que Wikileaks tenía una cuenta para donaciones- y para qué se utilizó". Domscheit-Berg cuenta además que Assange abrió una segunda cuenta a su nombre a la que se podía acceder desde el apartado de donaciones de la web. Esta fue cerrada posteriormente, según relata el libro, por una investigación sobre blanqueo de dinero. El diario The Guardian -esto no lo cuenta Domscheit-Berg- publicó la correspondencia enviada por Moneybookers al australiano en la que se justificaba el cierre de la cuenta por encontrarse Wikileaks en una lista negra de EE UU.
El pasado año, no obstante, Wikileaks unió a su lista de colaboradores nombres como Birgitta Jónsdóttir, Kristinn Hrafsson, Rop Gonggrijp, Herbert Snorrason... Solo Hrafsson sigue en la organización.
Domscheit-Berg, inmerso ahora en su nuevo proyecto, Openleaks, no muestra en su relato un ápice de duda sobre la veracidad de los documentos. Sí se sobrecoge, sin embargo, cuando recuerda la edición de los Papeles de Afganistán. El equipo, según la narración del alemán, fue consciente de que había que borrar por seguridad nombres citados en los documentos (91.000) solo cuatro días antes de su revelación, el 26 de julio pasado.
Domscheit-Berg se enteró durante una comida con dos periodistas, pero Assange evitó darle explicaciones a través del chat. Solución: trabajo contra el reloj y omisión de 14.000 informes delicados. Resultado: 100 nombres que debían haber sido tachados fueron publicados; Washington acusó a Wikileaks de tener "las manos manchadas de sangre", y la atención se desvió del contenido de los papeles.
Negligencias como esta, argumenta Domscheit-Berg, fueron las que abrieron las puertas a su salida. No sin antes llevarse consigo el sistema de recepción encriptada de documentos y los que entonces había en la plataforma esperando a ver la luz.
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