FESTIVAL Berlinale

Absurdo cine sin fundamento

'Un mundo misterioso' coloca a su héroe ante un mundo que, no pasa por él
Seyfi Teoman quiere entrar en las almas solitarias de dos hombres

'My best enemy' es una comedia de enredo tan disparatada como entretenida

La voluntad muchas veces no basta y una buena idea no es suficiente



Luis Martínez, Berlín
20/02/2011

"Hoy a muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé". Así empieza ese artefacto (o novela) que, según su autor, pretendía mostrar "la desnudez del hombre frente al absurdo". Cualquiera que haya leído 'El extranjero' aprende que un instante de luz puede acabar con "el equilibrio del día". Lo que no dice Albert Camus es que un día tan oscuro como el de hoy puede acabar con la paciencia de cualquiera. Si ayer presenciamos las que, sin duda, serán las dos películas más destacadas del palmarés (la iraní de Asghar Farhadi y la húngara de Béla Tarr), hoy tocaba sentir la absurda dureza de un programador inmisericorde.

Dígase ya, las dos películas presentadas a competición poseen la virtud de la nada. Con o sin sifón. Siendo generosos, la estrategia de las dos es similar: desnudar las historias de cualquier tipo de anécdota, relato o hasta de interés para dibujar con toda precisión el absurdo perfil de eso que, a falta de un nombre mejor, la tradición ha dado en llamar vida. Larga frase, vano empeño. De ahí venía la cita de Camus. Siendo precisos, es a esto a lo que juega 'Un mundo misterioso', del argentino Rodrigo Moreno. La turca 'Our grand despair', de Seyfi Teoman, se aproxima a la misma estrategia, pero de una forma algo más pautada, simple... adocenada, tal vez.

Seyfi Teoman propone un ejercicio de sencillez extrema dedicado a contemplar cómo pasa el tiempo y cómo hiere a su paso. Así, la cinta argentina coloca a su héroe ante un mundo que, directamente, no pasa por él. Con la misma impávida naturalidad con la que el protagonista encaja la noticia de que su novia le deja, se lanza a un extraño ritual de búsqueda tan desapasionado como finalmente inútil. Quizá, sólo quizá, divertido. Si se quiere, toda la historia se puede leer como un Odisea al revés, como la aventura equinoccial de un hombre necesariamente desventurado. Si se quiere, decíamos, la película se puede interpretar como un estudio de la condición necesariamente futil del hombre. Olé. Esto si se quiere y con mucha buena voluntad.

El problema es que la voluntad muchas veces no basta y una buena idea no es suficiente argumento. Hace falta más. Y aquí es donde Moreno se pierde en una larguísima repetición de gestos. Toda la película vive del hallazgo de que nada de lo que ocurre (en su película y en la vida) tiene sentido. Y cualquiera que haya visto los Goya sabe de lo que hablamos. El problema es cuando la traducción a imagen de esta ocurrencia (antes que idea) se convierte en una repetitiva sucesión de gestos arbitarios pretendidamente con gracia. Y así durante dos horas.

Teoman es algo menos agresivo o radical, según se mire. Su comedia romántica, pues eso es, quiere entrar en las almas solitarias de dos hombres que, de repente, ven sus vidas sorprendidas por una intrusa. Un accidente de coche deja a dos hermanos treintañeros huérfanos. El mayor, que ha de volver a trabajar a Alemania, encarga a dos amigos que cuiden de su hermana en la turca Ankara. Luego llega todo lo demás, que no es por fuerza lo que cualquiera pueda imaginar. El director propone un ejercicio de sencillez extrema dedicado a contemplar cómo pasa el tiempo y cómo hiere a su paso.

En las dos películas, la idea del extranjero, del intruso, desempeña el mismo papel revelador. En el primer caso, se trata de un extranjero (redoble de tambores) de sí mismo. El problema es que en los dos casos la autoindulgencia o la falta de ambición terminan por arruinar ambos proyectos. El bostezo. La "tierna indiferencia del mundo", que decía Camus, no tiene nada que ver con la agria indiferencia del espectador.

Y dos bostezos más.
Por lo demás, y fuera de competición, la Berlinale presentó su ya clásica cita con las Segunda Guerra Mundial. O mejor, con los nazis escupiendo alemán con 'chucrut'. 'My best enemy', del director fajado en la televisión Wolfgang Murnberger, es una especie de comedia de enredo tan disparatada como, admitámoslo, entretenida. Dos amigos, uno judío y uno ario, uno rico y otro pobre, uno moreno y otro rubio, uno listo y otro tonto (todo por este orden) juegan a intercambiar papeles y destinos con la facilidad de un guión sin pies ni cabeza. Con un aire de cómic, todo discurre ajeno a las reglas más elementales de la lógica y, sin embargo, la mayor parte de la trama es perfectamente previsible. Raro y absurdo ejercicio narrativo. Digamos que todo terminó como empezó: demasiado absurdo para ser real.

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