LIBRO - Entrevista

Gordon Lish - EPIGRAFE

"Cargo las pistolas para demostrar que tengo razón"

Andréa Aguilar
22.02.2011

Heterodoxo y rebelde, el autor y editor publica Epígrafe. Desde su casa en Nueva York, da una lección sobre dos caras del mundo literario


Su temeraria pluma se hizo famosa más por tachar que por escribir. Pero Gordon Lish (Hewlett, Nueva York, 1934), el controvertido editor de Raymond Carver, que ha trabajado entre otros con Cynthia Ozick, Don DeLillo o David Leavitt, ha publicado bajo su nombre desde mediados de los ochenta media docena de libros. El año pasado llegó a España Perú, la historia del asesinato de un niño en un cajón de arena a manos de otro crío, llamado Gordon. Ahora aparece Epígrafe, novela epistolar en la que un viudo, en pleno desvarío, se despacha con los miembros de la orden religiosa que cuidaron de su esposa. El protagonista también lleva su nombre.

Lish vive en el Upper East Side de Nueva York. Su apartamento tiene un aire misterioso con suelos de tarima, luces bajas, muebles de madera oscura, una chimenea con velas en lugar de leños, cortinas dobles, sofá de terciopelo y un butacón de madera tapizado en petit-point como el tresillo que está junto a la pared. Apenas diez minutos después de haber cruzado el umbral de su puerta ya ha mencionado a un par de escritores: John Updike y Nicholson Baker, ambos aquejados de psoriasis, como él mismo. Dice que esta enfermedad ha marcado su vida. Pasó gran parte de su infancia en Florida, a la caza de radiación solar, y en la adolescencia se sometió a un tratamiento experimental con corticoides. De resultas tuvo un episodio maniaco y acabó en el manicomio, donde conoció al poeta y editor Hayden Carruth. Él le entregó un ejemplar del Partisan Review, "para ver si entre las frases encontraba alguna idea". Fue un punto de inflexión. Se instaló en California, donde creó las revistas Chrysalis Review y Genesis West con el poco dinero que ganaba enseñando en una escuela. Trabó amistad con Neal Cassady y el grupo beatnik. Nombró editor de poesía a Jack Gilbert y luego le despidió por enviar desagradables cartas de rechazo -"yo era un hombre joven y aquello me pareció innecesario; por supuesto, acabé haciendo exactamente lo mismo cuando estaba en Esquire"-. Aquello fue en los sesenta, antes de que diera el salto a Knopf y de que un artículo de Vanity Fair le bautizara como Capitán Ficción.

Sentado en su salón, el heterodoxo Lish, de espíritu rebelde y pasado beat, parece atrapado en un escenario victoriano. Es un punk de más de setenta y sin cresta que exuda inconformismo. Cuenta que le echaron del colegio y de todos los trabajos que ha tenido, como editor y también como profesor -"enseñar se me da muy bien, puedo dar clases de cuatro horas sin que nadie se mueva...

"-. Ágil conversador, torrencial e irónico, encadena anécdotas: sobre una cena que reventó en casa de Norman Mailer o una conversación telefónica con Salinger. Carga contra el canon pero se define como un romántico que aún cree en la trascendencia de la literatura y en que los excluidos algún día serán reconocidos. Cuenta que a menudo discute con una amiga nonagenaria sobre qué único cuadro o libro elegiría. "Ella dice que elegir uno solo es una tontería, pero así es como yo he concebido mi vida: no vale decir que quieres varios o ninguno, solo puedes colocar una cosa. Decide. Punto". Al hablar de la edición habla del bricoleur de Lévi-Strauss y la chora de Derrida. Se refiere a su trabajo como novelista con modestia -"se trata de juegos sintácticos, no soy realmente escritor, los libros han sido una forma de salirme con la mía"- y envidia la capacidad que grandes autores tienen para colocarse por encima de la falsedad que él detecta en el acto de la escritura. "Ellos pueden vivir con ello, yo necesito decir que todo es mentira".

PREGUNTA. ¿Por qué decidió escribir?

RESPUESTA. Siempre he escrito, desde pequeño. Paré cuando tenía 22 o 23 porque me rechazaron un cuento. Luego escribí dos novelas fruto de mi experiencia en el loquero. Una se llamaba Oda a la locura -¡Dios, hasta los títulos son vergonzosos...!-. Iban a ser publicadas pero no quise hacerlo por mis padres. No volví hasta que tenía 45 o 46 años para mantener a la familia, a las exmujeres, esas cosas.

P. Su primer libro,

Dear Mr. Capote, era una carta, un género que retomó con Epígrafe.

R. Originalmente, eran dos cartas, una dirigida a Capote y otra a Norman Mailer, y la segunda daba la vuelta al texto. Era algo ingenioso, pero a mi editor y a mi agente les pareció demasiado. Presionaron para que lo quitara y cedí. No debí haberlo hecho, era mejor el original, al menos era defendible.

P. ¿Defendible? ¿Habría aceptado este argumento como editor?

R. ¡No! Nunca cedo terreno.

P. ¿Qué hace a un buen escritor? ¿Y a un buen editor?

R. Como cualquier otra cosa en la vida, se trata de convicción. Tienes que estar dispuesto a jugártelo todo. Debes buscar el riesgo en la medida en que puedas. ¿Hay o no música en las frases?

P. ¿Es la misma receta para ambos?

R. Cuando se edita el trabajo de otro ¿qué música buscas escuchar, la tuya o la suya? El texto es como un cuerpo y la relación que tienes con él como editor o escritor debe ser entendida como una relación social. El único criterio son los arrestos, el volumen, la pervivencia de la canción. Uno quiere sacar de cualquier acto de la vida eso que necesariamente merece ser perpetuado.

P. ¿Cuál ha sido la mejor lección que ha recibido como editor?

R. No he tenido ningún respeto por los editores, pero mi jefe en Esquire me enseñó a ser temerario. Nunca he sido un buen estudiante, esa es una de mis cualidades. No aprendí de mis padres, ni de mis amantes, ni de mis amigos, que son bastante inteligentes, gente como DeLillo o James D. Watson, el premio Nobel.

P. ¿Basta con la experiencia?

R. En realidad, se trata de darse permiso a uno mismo para editar y ponerse al cargo.

P. ¿Sin miramientos?

R. La cuestión de los modales está completamente fuera de lugar, no está en mi registro. Simplemente, emito mi juicio, que proviene de un sentido, de una sensación y soy inflexible. Es una competición: el poder de mi personalidad frente al tuyo. Algo completamente criminal, pero es que creo que la conducta humana lo es mayormente. Las relaciones entre escritores y editores no son una categoría en sí mismas. ¿Hay igualdad? Realmente, no lo veo posible.

P. ¿Por qué escribe libros de cartas?

R. Las cartas son fáciles. Puedo reconocer lo que es una buena novela en un instante. Y arreglar las estructuras o reconocer el genio en el trabajo, pero en mis escritos no sé hacerlo, no puedo copiar o imitar.

P. Pero imitó a J. D. Salinger.

R. Cuando estaba en Esquire publicamos el cuento For Rupert, with no promises y no iba firmado. La revista se agotó. La gente pensó que lo había escrito Salinger o Cheever o Updike. Luego se descubrió que había sido yo. Lo hice como un homenaje, y Salinger consideró que era algo despreciable.

Lish cuenta que se sintió herido. Más adelante escribió otro cuento, con cierto resentimiento, For Jerome, with love and kisses, una parodia de For Esme, with love and squalor con el que ganó el Premio O. Henry.

P. ¿Cómo habría editado a Salinger?

R. No habría cambiado ni una coma. Es un prodigio. Su vida me parece fascinante.

P. ¿Su espíritu rebelde?

R. No, es el misterio. Mi hija mayor fue compañera de clase de aquella chica que vivió con él, Joyce Maynard. Uno se pregunta cómo pudo Salinger someterse a semejante ser humano y no haber visto la esencia. A Holden Caufield no se le habría escapado. Cabe pensar si en los primeros textos que publicó esta joven y que llamaron la atención de Salinger ya estaba la semilla de lo cutre y lo mediocre.

P. ¿Ha sentido inseguridad como escritor por su celo de editor?

R. Si fuese capaz de crear cosas como las que escriben DeLillo o McCarthy no creo que insistiera tanto en corregir. Lo que me puso en marcha fue la idea de posar primero como persona literaria y luego como escritor.

P. ¿Tomar una posición o estar en la oposición?

R. Probablemente esto último. Sobreviví a mi primer matrimonio ocho años y al segundo 31, así que no he sido completamente contrario a todo. Pero si estoy en un contexto social suelo decir lo contrario que el resto, ¿es algo auténtico?... Normalmente cargo las pistolas para demostrar que tengo razón. Esta visión tan presuntuosa aumenta el deseo de actuar como un editor draconiano.

P. Sus libros destilan violencia.

R. Don DeLillo una vez me dijo que si no escribiéramos tiraríamos bombas. El asesinato es un tema que me absorbe bastante. Mis hijos lo han notado y esto no me hace sentir orgulloso. En Perú intento reflexionar sobre la complicidad de la víctima, que tiene que ver con tomar parte en tu propia destrucción.

P. ¿Por qué usó su nombre y el de su mujer en

Epígrafe?

R. El libro no hubiera existido sin la enfermedad de mi esposa, una esclerosis amiotrófica. Meter nuestros nombres subía las expectativas, convertía la escritura en una acción mucho más excitante.

P. En

Perú también usó su nombre.

R. No puedo escribir objetivamente. ¿Quizá por qué soy demasiado protagonista? ¿Por mi solipsismo? Pues sí.

La conversación se interrumpe por una llamada. Lish no tiene correo electrónico (usa postales que encarga para que le lleguen a su domicilio y el teléfono). Habla asomado al salón y dice al aparato que, aunque el año pasado dijo que nunca más lo haría, acepta volver a impartir un curso de escritura.

P. ¿Qué necesitan aprender los escritores?

R. Que lo que hacen importa.

P. ¿Cómo son los estudiantes hoy en día?

R. No quieren ser amateurs. ¡Contratan publicistas! Siento que soy el cazador entre el centeno que impedirá que esos chicos se conviertan en un producto.

"Siento que soy el cazador entre el centeno que impedirá que esos chicos (los jóvenes escritores) se conviertan en un producto"

http://www.elpais.es/