LIBROS

‘El gran libro de la mitología egipcia'

Dioses (y monstruos) egipcios, de la A a la Z
La Esfera de los Libros edita un compendio erudito de Jean-Pierre Corteggiani 

Álvaro Cortina,  Madrid
15.02.2011
O olho de Hórus

Ahora que cada noticia sobre Egipto y Mubarak va siendo más y más grande, y más y más grande el caos y su marcha inminente, podemos empezar con teología del antiguo Imperio, cuyo inicio, cuyo germen teogónico fue igualmente el caos. El caos primigenio. 'El gran libro de la mitología egipcia', de Jean-Pierre Corteggiani (La esfera de los libros), diccionario ilustrado con 360 imágenes (muchas del Museo de El Cairo, amenazado hoy por las turbas) puede ayudarle a uno. Aunque también puede apabullarle con sus cientos de entradas y referencias a 'Libro de los muertos' o a las más de 30 dinastías de monarcas hasta los Ptolomeos (como la famosa Cleopatra VII), familias que, con sus sacerdotes y por las mudables piedades del pueblo, iban reformando la estructura del cosmos, el orden de los dioses, las formas del más allá y de sus demonios, los ritos del más acá y las ofrendas.

Fíjense que, en etapa de dominación romana, con el emperador Adriano, en la edad ya tardía de 130. d. C, se engrosó la lista de deidades con un favorito suyo, Antinoo, que se ahogó en el Nilo. Una lista abierta, se ve. Claro que el Nilo es una vía excelsa de alcanzar el podio de aquellas religiones necrófilas. Osiris, uno de los más populares héroes/dioses, rey engañado por Seth y 72 conjurados a tumbarse dentro de un cofre que después sellaron con plomo fundido, fue arrojado (dentro del cofre) al río. Pero su mujer Isis engendraría a Horus, y Horus consumaría la vendetta. Mientras tanto, Osiris queda como dios de la muerte. Anubis, el señor de las necrópolis con cara de chacal negro guía a los difuntos de la mano hasta el tribunal presidido por Osiris, que, por cierto, no tiene forma animal.

Ciudades, zoología y otras erudiciones apabullantes
Porque todos los dioses tienen relación fisiológica y demás con zoología regional. Corteggiani da cuenta de múltiples iconografías y cultos desde el 3.500. a. C hasta Roma y después Bizancio, Imperios Medio, o Tardío, o Primer Imperio Intermedio, los 'Textos de las Pirámides', el ya mentado 'Libro de los muertos'... Apabulla, insistimos. Horus, también mentado, será el Dios del cielo, el halcón, Apofis, divinidad serpiente identificada con Seth en el Imperio Nuevo, Apis, toro sagrado de la ciudad de Menfis. Bastet, diosa felino de Bubastis. Nekhbeth, diosa buitre, símbolo del Alto Egipto (curso alto de la cuenca del Nilo). Hhnum, diosa alfafera y elefanta, que da forma al hombre. Amón, el Zeus egipcio, local de la ciudad extinta de Tebas, representado por un carnero. Por lo general estos dioses son reformulados por las mil influencias de otras culturas, según el auge y el apogeo de esta o aquella ciudad (pues cada cuál está, como en otras mitologías, asociado a determinada población: Menfis, Heliópolis, Hermópolis, mucho después Alejandría).

Livro dos mortos de Ani
¿Amón o Atón?
A partir del la XII dinastía (año 1991. a. C, Imperio Medio) con el rey Amenemhat (por cierto, Corteggiani nos avisa de que no tenían aquellos señores el título de "faraón"), Amón fue colocado en lo más alto del olimpo. Los teólogos lo asociaron con Ra (Amón-Ra), si bien, por ejemplo, en el 1.350 a.C., un posterior gobernador del Imperio Nuevo, Amenhotep IV construyó Akhetatón (que sería también su nuevo nombre), dejando de lado Tebas para glorificar al que él creía el primero: Atón, representado por un disco radiante. Un dios al que rezó exclusivamente, casi de modo monoteísta (¡hereje!). Tutankhamón, rey posterior, restituiría la tradición amonista que tiene uno de sus restos más espectaculares en el templo de Karnak.

Primero, decíamos, el caos (que nos trae la percha de actualidad). De ahí sacamos (presidiendo el Big Bang de grandes mitos dinásticos) a Ra, a Shu (aire), a Gueb (tierra), a Tefnut (humedad), y a Nut (el cielo), primera generación. De ahí salen las enéadas, que son las familias de dioses, según rango, etc. Pero ya se sabe que esta tradición (que son muchas tradiciones, realmente) se va remodelando según gustos egregios del momento, entre inciensos y tesoros.

Con las esfinges de piedra bien atentas para que nadie rapiñe los sepulcros del Imperio Antiguo. Aunque ya, 5.000 años después las esfinges no tienen nariz, y las pirámides están requeterapiñadas, y aquellas fastuosas invocaciones se han quedado en maravilla pero demacrada y turística, en el fondo desentendidas de todo. Desentendidas de tantos siglos de Mahoma, desentendidas de los militares faraones después de Faruk, de los Hermanos Musulmanes, del socialismo panislamista, de la inflación del precio del trigo. Desentendidas de Mubarak (¿se va?,¿no se va?), gran ausente en fotos cada vez más grandes de disturbios. Los viñetistas le caricaturizan junto a grandes de estos símbolos resquebrajándose.