DE LA MADUREZ A LA FELICIDAD

Renacer a los 46

Psiquiatras y economistas han averiguado que la percepción personal de bienestar repunta a partir de la madurez y es elevada en la vejez. Si la salud acompaña, son años felices
Blanca Torquemada

08/02/2011

Desabridos hijos adolescentes, el desgaste (cuando no ruptura) del matrimonio y la sospecha de que la trayectoria laboral ya ha tocado techo, si es que no se liquida precozmente con un despido. Son cargas anímicas frecuentes entre los cuarentones que, sin embargo, no deben nublar las perspectivas sobre la madurez y la vejez porque, según acaban de decretar las ciencias sociales, ahí comienza el renacimiento. Una investigación encabezada por el psiquiatra Arthur Stone, de la Universidad Stony Brook de Nueva York, demuestra que la percepción de la felicidad personal a lo largo de la vida es en los Estados Unidos una curva en forma de U: toca fondo a los cincuenta años, más o menos, y a partir de ese momento retoma el camino ascendente, hasta el fallecimiento. De hecho, los octogenarios evalúan su nivel de satisfacción con un notable, un par de décimas por encima de la nota con la que puntúan su propia vida los veinteañeros. Perspectiva a la que el economista David Blanchflower ha dado calado global con cálculos sobre la «U» en 72 países: la media mundial arroja que el repunte anímico comienza a partir de los 46 años.

La publicación británica «The Economist» se ha hecho eco de estos datos y los ha adornado con una cita de Maurice Chevalier («La vejez no es tan mala si uno considera cuál es la alternativa»), aunque quizá resulte más alentadora la proclama rebelde de Picasso: «Cuando alguien me dice que soy demasiado viejo para hacer una cosa, la hago de inmediato». Pero las conclusiones de esas investigaciones no coinciden del todo con lo que se desprende de tan socorridas frases. Más bien muestran que la plenitud llega a través de la serenidad y el equilibrio que sólo se alcanzan a partir de determinada edad.

Vida «minimalista»
Así lo ve la escritora María Dueñas, que se topó con el éxito de masas hace año y medio (ella ya había cumplido los cuarenta y cinco) con su primera novela, «El tiempo entre costuras», aún en lo alto de las listas de «best sellers»: «Yo sí he experimentado esa mejora anímica en la madurez, pero la sitúo antes de lo que dicen esos estudios. En mi caso, a partir de los cuarenta. Desde entonces he ido superando esa etapa en la que le faltan horas al día, vas corriendo a todas partes, te angustias por no poder estar con los niños... He recuperado el sosiego. Con la edad te importa un comino salirte de las pautas establecidas o no responder a lo que se espera de ti. Te sobran cosas, te sobra gente y te sobran viajes. De joven me juré que tenía que conocer Asia; ahora, la verdad, no me quita el sueño la idea de morirme sin llegar a ver la China o el Japón». «Lo resumiría -reflexiona- en que la vida se vuelve más minimalista. Cuando nos juntamos las hermanas ya no buscamos planes sofisticados, sino sentarnos a charlar en el bar de al lado».

El actor Paco Valladares coincide con Dueñas en que «la madurez aporta muchísimas más cosas positivas de las que se piensa. En primer lugar, experiencia y sabiduría. Mantener la curiosidad y la ilusión es determinante: yo tengo ahora el mismo entusiasmo por mi profesión que siempre. Soy el viejo más joven de España». Cree que la edad es «una cuestión de adaptación, y si te adaptas bien, puedes ser muy feliz. Digo lo que Harrison Ford, cuando le preguntaron el otro día si iba a retirarse: “¿Para qué, para esperar tendido a que llegue la muerte?”».

Escéptico, el cineasta Gonzálo Suárez rechaza los enunciados categóricos que se derivan de este tipo de estudios «porque las estadísticas no le sirven para nada a cada persona», pero sí estima que «desde luego, no hay edad ninguna que prefigure el abandono del combate». Cree que el bienestar anímico es «más una cuestión de mirada que de años, depende de si mantienes o no el interés por lo que te rodea. Y si es así, no eres muy consciente de la edad que tienes hasta que no te ves reflejado en un espejo o un escaparate. Pero la salud tiene siempre la última palabra. ¡Todo depende de con qué ganas de desayunar te levantes!».

Carmelo Vázquez, catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense y colaborador del Instituto Coca-Cola de la Felicidad, apunta a ABC que los trabajos sobre esta «U-bend» o «curva U» están adecuadamente destilados y son ilustrativos, pero insiste en subrayar que esta «remontada» en la madurez se produce mucho más por factores internos que externos, «cuando la persona adquiere esa capacidad regulatoria de sus estados de ánimo que es, en definitiva, sabiduría emocional». «En este análisis -añade- no ha que olvidar la “paradoja Easterlin”, concepto económico nacido de la comprobación de que por encima de unos niveles básicos de bienestar, más ingresos no proporcionan mayor felicidad».

Vázquez recuerda que «está estudiado que sólo el 10 o el 15 por ciento de la gran tarta de la felicidad depende de lo externo, caso de la situación económica, la educación o la clase social». Y la ventaja de los veteranos estriba en que, a la hora de gestionar su propia vida, «tienen mayor capacidad para escoger los ambientes en los que se sienten bien y la gente con la que desean relacionarse. A esas alturas, saben evitar lo que les aburre o les disgusta». A lo que se une, dice, «una menor necesidad de demostrar estatus que cuando se es más joven. Además, en la vejez estamos menos sometidos a cascadas de emociones intensas, y afrontamos mejor las pérdidas y los hechos traumáticos. Se asumen con menos desbordamiento, y eso no es falta de reactividad, sino un mayor equilibrio».

El mito de la cultura
También matiza el profesor Vázquez la convicción de no pocos especialistas de que, a mayor cultura y preparación intelectual, mayor felicidad: «Frente a eso se puede oponer el mito del buen salvaje o del pastor. Es verdad que la educación abre el abanico de posibilidades, pero escuchar un concierto o leer un libro son cosas que inciden sólo ligeramente en nuestro bienestar. Se sabe también, por ejemplo, que ir habitualmente al fútbol ni pone ni quita felicidad, es un factor neutro, y que ver la televisión los fines de semana suele ser indicativo de pautas de soledad. De infelicidad, en suma».

El psiquiatra Enrique Rojas -que sí ve en la cultura uno de los puntales del bienestar personal- opina además que la edad avanzada es territorio propicio para alcanzar la felicidad porque «en la madurez se tiene mayor serenidad y benevolencia, más capacidad para ponerse en el lugar del otro. Además, como la felicidad no depende de la realidad, sino de la interpretación de la realidad que uno hace, esa mirada tranquila sobre nuestra trayectoria la dota de un nuevo sentido. Si, además, existe el componente de la espiritualidad, se puede alcanzar una felicidad muy dulce en el atardecer de la vida».

Vigía lúcida de la vejez, la escritora Josefina Aldecoa regaló a ABC hace algunos años reflexiones emocionantes: «La edad te concede perspectiva y distancia. No te sientes tan implicado en los acontecimientos y ves los hechos con una objetividad nueva. Todo encaja -lo agradable y lo doloroso- y cobra razón de ser en el puzle de la vida. Entras en una especie de soledad gloriosa y empiezas a vivir hacia dentro. Consigues implicarte en los acontecimientos solo en la medida que tú quieres. No, no significa que ya no me apasione en política, en literatura, en cualquier otra cuestión. Pero sí ves las cosas desde un punto de vista más escéptico, más sabio. Es como si la vida, al quitarte de uno de los platos de la balanza (el físico), te llenara el otro». Con su sabio poso de maestra, Aldecoa propone metáforas más bellas y definitivas que las de la psicología anglosajona.

Ventajas de la edad
Equilibrio
En la madurez se asumen al fin las propias limitaciones y se ajustan las expectativas personales y profesionales

Serenidad
Propiciada por una mayor distancia frente a los acontecimientos, favorables o negativos

Perspectiva
Se va completando el puzle de nuestra trayectoria vital y el recorrido realizado hasta ese momento cobra nuevo sentido

Capacidad selectiva
Se tiene claro lo que de verdad apetece y lo que no. Se prescinde de relaciones superficiales

Sabiduría emocional
Se disfruta más de lo agradable y se amortiguan mejor los golpes

Empatía
Se aprende a ponerse en el lugar del otro y se le acepta mejor

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