La psique kafkiana en el trazo de Robert Crumb


Crumb, el controvertido autor del cómic contracultural hizo una adaptación de la vida del escritor checo.


Según algunos, Kafka no era especialmente religioso ni apegado a las tradiciones judías. En realidad, no lo era para nada. Su padre, el intimidante Hermann Kafka, era un judío estilo Tío Tom que renegaba de su propia condición y se presentaba a sí mismo como un checo de pura estirpe. La familia iba poco y nada a la sinagoga, y aprovechaba la sonoridad “poco hebrea” del apellido Kafka para difuminar la pertenencia a su comunidad.

Pero ocultar la condición judía en la Praga de comienzos del siglo XX tampoco era cosa fácil. En la Europa Central de aquellos tiempos los judíos solían ser acusados de beberse la sangre de los niños, de especular con el hambre ajeno y todo un abanico de otras cosas, casi todas malas. El gueto de Praga, probablemente el barrio judío más referenciado de la literatura, era un agujero negro –geográfico y emocional– del que no era sencillo salirse, por más checo que uno pareciera. Y por eso, el joven Kafka convivía con la dualidad de intentar ser otro en un contexto poco propicio para ese tipo de metamorfosis.

En la tortuosidad psicológica de la obra kafkiana está presente, sin duda, esta presión identitaria impulsada por Kafka padre, un tipo de gran contextura y carácter furibundo. Y ese poderoso conflicto interior es una de las grandes líneas argumentales sobre las que transita Kafka , una biografía gráfica realizada por el mítico autor de cómics Robert Crumb y el escritor neoyorkino David Zane Mairowitz, que editó el sello español La Cúpula.

El trazo expresionista y onírico de Robert Crumb, que no por nada es considerado como uno de los grandes cronistas de la lisergia hippie de los 60, le sienta como un guante al universo kafkiano. Tras sorprender con una monumental relectura del Génesis , publicada el año pasado, Crumb se lanza ahora a unir los cabos sueltos entre la vida y la obra del escritor checo, con un estilo en el que se mezclan la investigación histórica, las interpretaciones freudianas y fragmentos de relatos de Kafka, vistos desde el lenguaje de la novela gráfica. El libro pretende ser una introducción al mundo kafkiano y por eso comienza exponiendo el contexto de la vida de un judío en la vieja Praga, donde aparecen –naturalmente– la leyenda del Golem y el relato de las constantes persecuciones que sufrían los habitantes del mítico barrio de Josefov. Allí, en el inicio, Crumb y Mairowitz ponen en juego la hipótesis central de su trabajo sobre el gran escritor checo: buena parte de los elementos opresivos que dominan su obra tienen que ver con la incapacidad de vivir con naturalidad su condición de judío y con las humillaciones a las que lo sometía su padre, que lo ninguneaba por ser un “ratón de biblioteca”, enfermizo y sin talento para los negocios.

Una vez presentado este marco conceptual, el relato de esta imponente biografía gráfica transita por los distintos momentos de la vida del escritor, intercalando referencias a la efervescente situación política de la Europa de entreguerras. Y ofrece deliciosas escenas de aquella Praga bohemia y literaria, previa al desastre nazi, en la que los cafés eran centros de debates filosóficos, estéticos y políticos, y convocaban a tertulianos de la talla de Einstein, Max Brod, Franz Werfel y el propio Kafka.

De todas maneras, los momentos más interesantes del libro llegan cuando Crumb se despega de las pretensiones historicistas y suelta su lápiz para interpretar, bajo su inconfundible estilo, algunos retazos de las obras emblemáticas de Kafka. Así, las páginas dedicadas a La metamorfosis , El proceso y, muy especialmente, “Un artista del hambre”, están impregnadas de un dramatismo que supera incluso el de los textos originales, lo que es mucho decir. Los diálogos que se establecen entre el registro afiebrado de Crumb (autor de cómics esenciales de la contracultura como Fritz el gato e ilustrador de tapas de discos de Janis Joplin y otros notables del rock psicodélico) y el universo retorcido de Kafka son sencillamente formidables, encajan con una naturalidad pasmosa, como dos mundos destinados inevitablemente a encontrarse.

Como si se tratara de una minuciosa autopsia de la psique kafkiana, el libro va revelando los diferentes “demonios” que atormentaban al autor. Robert Crumb, un venerador compulsivo de las mujeres (por llamarlo de alguna manera), decide hacer especial hincapié en la relación de Kafka con ellas y en el “terror sexual” que le producían. Así, aparece narrada de forma magistral la relación con su “primer amor” Felice Bauer, con quien Kafka mantuvo un vínculo puramente epistolar, mucho más basado en el regodeo que le producía escribir cartas de pasión sobreactuada que en el interés que la pobre Felice le despertaba. Su madre, casi invisible, sometida a la figura avasallante del padre; su hermana Ottla, paciente y protectora, la carnal Milena Jesenska, con la que vive, finalmente, un verdadero arrebato carnal, son los otros hitos que jalonan la conflictiva relación de Kafka con las mujeres. Y el hito final es Dora Diamant, la joven con la que comparte sus días finales, ya sentenciado por la enfermedad, en un Berlín en el que se deja entrever el fantasma del nazismo que, años más tarde, iba a acabar con toda la familia Kafka.

“Kafka escribe sobre el poder, la sumisión, la humillación”, dicen Crumb y Mairowitz. “Es un poder del que se escabulle transformándose en algo pequeño y se arrastra para no ser visto”. Si hay algo que este libro logra transmitir es esa sensación agobiante de sentirse atrapado por un poder superior, que asfixia y no deja vías de escape. El karma de estar atrapado en un cuerpo, un tiempo y un lugar equivocado, una pesadilla que sólo es posible conjurar con la literatura. En palabras de Kafka: “todos los días necesito escribir, al menos, una línea en mi contra”.

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