Diedrich Diederichsen, entre el fan y el etnólogo


En “Psicodelia y ready-made”, el crítico alemán ahonda su análisis de la cultura pop. Aquí, sus conceptos antes de su presentación en la Feria del Libro.


POR PABLO SCHANTON

Dos días después de la muerte de Theodor W. Adorno, cinco días antes del comienzo de Woodstock. En esa fecha de agosto de 1969, Charles Manson y sus seguidores asesinaban a Sharon Tate. Recién cuando arma la constelación Adorno-Woodstock-Manson, el alemán Diedrich Diederichsen puede dar su veredicto sobre el concepto de “contracultura” y escribir un ensayo imprescindible, “Fines del verano contracultural”, en 1999. El texto forma parte del primer libro de Diederichsen en español, Personas en loop. Ensayos sobre cultura pop (Interzona, 2005). Con la frase adorniana “No existe vida auténtica en lo falso” como llave, DD demuestra que sólo se puede leer a Woodstock con Manson, no separados como opuestos, ni siquiera dialécticamente.

Si el objetivo era transgredir el establishment con todas sus consecuencias, sólo quedaba desembocar en el mal. Pero, ¿cómo puede ser que Adorno –el téorico de lo que el alemán Andreas Huyssen bautizó la “gran divisoria” entre el arte alto y la cultura pop– nos pueda ayudar a develar la verdad de la contracultura norteamericana de los 60? “Puedo usar a menudo los términos y los análisis de Adorno, pero sin compartir sus juicios de valor”, explica por mail este profesor que vive en Berlín, pero da clases de Teoría, práctica y comunicación de arte contemporáneo en la Academia de Bellas Artes de Viena. “Vivimos en tiempos diferentes, y aun así él mismo no leyó del todo bien parte de su cultura contemporánea. Pero produjo categorías de análisis tan útiles… Por ejemplo, se equivocó al estudiar el jazz, sí, pero su invención del ‘sujeto del jazz’ sigue siendo muy buena y útil”.

Justamente ahí, adonde Huyssen desactiva esa “gran divisoria” que sostenía Adorno, mediante su ensayo La política cultural del pop de 1986 (donde actúan por orden alfabético Adorno, Benjamin, Brecht, Duchamp, Lefebvre, Marcuse, Marx, Warhol y otros), es donde la ensayística de DD comienza. Se trata de un ángulo con lentes germanos que pretende revelar la ingeniería de la cultura occidental en un determinado momento, tratando de marginar o excluir la menor cantidad posible de manifestaciones en curso. “Comprender” es la clave de DD: para entender hay que incluir y abarcar. Hacer ver, ampliando el foco. Recién con la entrada de Adorno y Manson al gran fresco del agosto 69 donde Hendrix quemaba una guitarra llega la “comprensión” sobre lo que fue el proyecto contracultural de los 60. Como queda claro en su flamante segundo libro en español, Psicodelia y ready-made (que viene a presentar a la feria del Libro), lo de DD no son los “estudios culturales”.

Esos papers , que pueden “decodificar alegorías del postcolonialismo hasta en los musicales de Andrew Lloyd Webber” (al decir de Simon Reynolds), representan el permiso posmo que se da la Academia para romper un rato la gran divisoria y aplicar un Agamben a un partido de fútbol. DD no ratifica los saberes consagrados aportando ejemplos inauditos, con el fin de comprobar la eficiencia del sistema de pensamiento ( okey , Zizek es un virtuoso en esto: le basta entrar a un huevo Kinder para explicar cómo funciona la ideología hoy). En el caso de DD, reparando en dos tapas de discos legendarias –la de Free Jazz (Ornette Colemann) y la de Sticky Fingers (Rolling Stones)– concluye en que finalmente el mundo de Jackson Pollock y el de Colemann, o el de Warhol y el del rock, estaban más conectados de lo que la distribución de las artes y los mercados quisieran.

Como en la tradición de la crítica de rock donde podrían incluirse una gran parte de sus escritos (nunca esconde sus tics de fan), la tarea del ensayista diederichsiano consiste en considerar como definitivamente natural (una nueva naturaleza, si se quiere) la convivencia de Marx y Marilyn que la cubierta del Sargento Pepper fundó. Y en explotar como valor de uso, hasta el fetichismo, lo que estaba destinado a ser un valor de cambio: digamos, una tapa de disco.

El fetiche atraviesa Psicodelia y ready-made.

Bueno, porque precisamente “bajo los efectos del LSD todo mingitorio tiene la dignidad de una obra de arte.” Un ácido y, plop, todos podemos ser Duchamps: la experiencia psicodélica desfuncionaliza y sublima los objetos como puras formas, sin necesidad de que el “experimentador” sea un experto en Arte.

Psicodelia y ready -made busca perfilar el rol del artista contemporáneo dentro del capitalismo post-fordista, pero sin aceptar del todo el diagnóstico ya clásico de los sociólogos franceses Boltanski-Chiapello, el cual da por ya asimiladas las objeciones y críticas que los artistas le hicieran al sistema (laboral). “El artista, la figura pública favorita de la contemporaneidad, ejemplo para empresarios y políticos, lord del sello privado del recurso más importante de la economía, la ‘creatividad’”: con esta descripción DD postula que el artista de hoy es el modelo del libre empresario, envidiado por todos. Sin embargo, el libro termina erigiendo la esperanza de que la crítica artística pueda ser reactivada.

Ahora, si el artista trabaja en relación a las reglas del mercado, ¿de qué manera se articula la crítica desde ahí? “Haría una distinción entre el rol o la función del arte y los artistas en las sociedades occidentales, y una obra de arte específica y los efectos críticos que pueda provocar”, aclara. ¿Aprueba a los pensadores del arte actual más escépticos y extremos, como el Badiou de “Las 15 tesis sobre arte contemporáneo” o el Julian Stallabrass de “Art incorporated”? “Yo veo una enorme diferencia entre estos teóricos”, tipea. “Stallabrass provee un análisis concreto y útil de las prácticas dentro del mundo artístico orientado al mercado (que no es el único que hay: también está el mundo del arte de las Bienales regionales, igualmente problemático, pero distinto, incluso financiado más pobremente).

A este análisis lo considero de un gran valor sociológico. Badiou es otra cosa: es un fundamentalista platónico interesado en verdades absolutas, que aborrece negociaciones post-heroicas, y las políticas queer y de identidades. Los déficits –a menudo correctamente observados– del mundo del arte lo ayudan a él con un argumento de más alcance contra cualquier forma contemporánea de arte”.

Rastros de carmín (Greil Marcus), Después del rock (Simon Reynolds) y el Personas en loop de DD forman la trilogía básica de libros en español para iniciarse en la crítica cultural con pie en el rock. Pero DD es alemán y eso crea una diferencia que lo distancia del eje angloamericano de la música popular. En 2006, escribió una reseña sobre el libro sobre post-punk de Reynolds donde le criticaba el hecho de no atender a las consecuencias que tuvo el movimiento, inclusive en países como Alemania o Argentina (Sumo fue nuestra versión del post-punk).

A Diederichsen le gusta señalar aquello que sus colegas dejan de lado para edificar sus teorías. “Creo que mientras el eje yanqui-inglés del rock rigió el pop mundial los que no pertenecíamos a esos países fuimos capaces de ver mucho más precisamente que los nativos cómo funcionaba el fanatismo, el fetichismo y lo demás. Pero desde que existen movimientos como el Ghetto-Tech, y otras culturas dance que se celebran globalmente y vienen de todas partes del mundo, como el Funk carioca, eso no sucede más. Hoy todos estamos inmersos en la Música Pop. Por eso, ya es difícil ser un observador que, desde lejos, puede mantenerse al mismo tiempo como fan y como etnólogo”.

Ñ