El alcohol y las diferentes varas de medir


Ariadna Cabello *


En un mundo globalizado, uno de los elementos que se debería armonizar es el de los ratios de alcohol en sangre. La homologación internacional de los niveles a partir de los que es desaconsejable conducir o un riesgo para la salud debería estar en la agenda de los gobiernos. Algo evidente para el mundo científico, pero no para el político.

Consensuar qué es consumo de riesgo no es fácil. Su percepción depende de la cultura y de la actividad que se realice. Una posible definición sería un consumo que no genera problemas médicos en el presente, pero que implique un riesgo elevado para la salud en el futuro.

Desde una perspectiva sanitaria, lo relevante es determinar los grados de etanol absoluto ingerido. En los últimos años, se calcula a través de la Unidad de Bebida Estándar (UBE). En España, una Unidad de Bebida representa 10 gramos de etanol puro.

A pesar de ello, no existe un consenso sobre el número UBEs que constituyen un consumo de riesgo. En Europa, se han establecido en 5 UBEs/día para los hombres y en 3 UBEs/día para las mujeres, mientras que en Estados Unidos es de 7 UBEs/día y 5 UBEs/día para los hombres y las mujeres, respectivamente. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud establece límites más estrictos, clasificando un consumo de riesgo como aquel mayor o igual de 28 UBEs/semana en hombres y 17 UBEs/semana en mujeres.

El etanol y sus efectos sobre el cerebro

El etanol -CH3CH2OH- es el principal ingrediente de las bebidas alcohólicas. Éstas se obtienen por fermentación de los azúcares o por destilación. Así, por ejemplo, vinos, cervezas y champán surgen a partir de la fermentación de frutas o granos, mientras que la ginebra, el whisky o el ron se obtienen de la destilación. Cada bebida tiene una graduación que se expresa en grados y mide el contenido de alcohol absoluto en 100 c.c., es decir, el porcentaje de alcohol que contiene dicha bebida. El grado alcohólico viene expresado en los envases en (º) o vol.%.

El etanol es una sustancia que actúa como depresora del Sistema Nervioso Central (SNC). Sus efectos son una consecuencia directa de su acción sobre las membranas celulares, altamente permeables a esta sustancia, y sobre la liberación de los neurotransmisores. Además, no se fija a ningún tejido ni se une a las proteínas del plasma, y pasa fácilmente la barrera hematoencefálica y la placentaria. Llega a la sangre a través del intestino delgado (> 80%) y el estómago (≤ 20%), y se filtra a través del hígado. Cuando el etanol se metaboliza más lentamente de lo que se absorbe aparecen los síntomas de embriaguez. En función de la concentración de alcohol puro que hay en la sangre (BAC) se pueden medir los efectos que produce sobre el individuo:

- 0.02%: ligera alteración en el estado de ánimo y leve sensación de calor en el cuerpo.

- 0.05%: alteraciones sensitivas, mayor sensación de calor y relajación. El individuo se vuelve más desinhibido, locuaz y perspicaz. Disminución de la coordinación fina y de la atención.

- 0.08%: la coordinación muscular se deteriora (equilibrio, habla, visión, audición). El criterio, el autocontrol, el razonamiento y la memoria se ven afectados. Sensación de euforia.

- 0.1%: incoordinación motora y alteración de las facultades mentales. Dificultad para hablar y lentitud para pensar. Cambios notables en el estado de ánimo.

- 0.15 - 0.20%: el 90% de los individuos presentan claros signos de intoxicación, que se caracterizan por momentos de euforia alternados con melancolía, agresividad y sumisión. Pérdida mayor del equilibrio, aumenta la alteración del control físico y mental. Se dificultan el habla y la visión. Puede presentarse vómito.

- 0.30 - 0.40%: intoxicación severa y control consciente mínimo. Aparece la somnolencia, se puede perder el conocimiento e incluso llegar al coma.

- 0.50%: coma profundo o muerte por parálisis motora o por depresión respiratoria. Existen algunos individuos que pueden mantenerse respirando con una concentración de 0.70 %.

El nivel de concentración en sangre y sus efectos dependen de varios factores. La borrachera es más rápida si se bebe con el estómago vacío, si el etanol tiene más grados, o si el alcohol contiene gas u otras bebidas carbónicas. Por supuesto, también si se mezcla con fármacos o sedantes. En el caso de los conductores, los efectos más peligrosos son los que afectan al rendimiento psicomotor, la visión, el oído y alteran el comportamiento.



El alcohol deteriora la capacidad de conducir vehículos de forma directamente proporcional a su concentración en sangre, de forma que el deterioro ocasionado por tasas de alcoholemias más elevadas incrementa sensiblemente la susceptibilidad a sufrir un accidente y las lesiones asociadas, en especial incapacidades permanentes.    

La borrachera tiene sus fases. Al principio la intoxicación actúa sobre los sistemas inhibidores de la formación reticular, causando un efecto estimulante. Se producen cambios conductuales desadaptativos, disminuye la capacidad de autocontrol, atención y juicio, y aunque hablamos con más fluidez, farfullamos. Esta fase provoca bienestar. Posteriormente, aparecen efectos sedantes, que reducen la capacidad asociativa y de rendimiento. Se sufre torpeza motora, descoordinación, dificultad para hablar (ataxia) y genera pérdida de reflejos y equilibrio, llegando incluso a la amnesia de los acontecimientos. Esta fase también puede provocar vasodilatación cutánea, aumento de la pérdida calórica, de la secreción salivar y gástrica y de la diuresis. En los casos más graves, la intoxicación puede provocar la pérdida de conciencia, el coma o incluso a la muerte.

Una cuestión de género

El alcohol es una molécula muy hidrosoluble que se distribuye por los tejidos siguiendo el espacio del agua corporal. Por lo tanto, la corriente sanguínea lleva el etanol rápidamente a través del cuerpo. El resultado es que su concentración en la mayoría de órganos y tejidos bien irrigados es similar a la de la sangre. Pero no se difunde bien en la grasa. Esto hace que afecte más a las mujeres, ya que su grasa subcutánea es mayor que la de los hombres y su volumen de sangre menor.

De igual modo, se metaboliza -se convierte en otra sustancia- principalmente por el hígado, y en menor grado por el riñón o pulmón, entre un 2% y un 10%- . Lo hace a un ritmo en torno a 0.1-0.3 g/l sangre/hora, dependiendo del peso corporal, otro factor en detrimento de las mujeres.

Asimismo, en este proceso intervienen tres encimas. La Alcohol Deshidrogenasa (ADH) es la más activa en las personas no alcohólicas. El nivel de actividad de ADH en las mujeres es más bajo que en los hombres, lo que contribuye a que tengan valores más altos de alcoholemia. Las otras dos encimas, cuyos efectos a largo plazo derivan en lesiones en el hígado, pueden provocan el llamado hígado graso. También puede llevar a una cirrosis en los bebedores crónicos, independientemente del sexo.

Del placer a la adicción

Como todas las sustancias que producen adicción, el alcohol causa euforia al actuar sobre el centro de placer y recompensa el Sistema Nervioso Central, al incrementar la liberación de dopamina. No se conocen totalmente los mecanismos responsables de esto, aunque parece que estimula la vía dopaminérgica indirectamente mediante su acción sobre distintos Sistemas de Neurotransmisión (GABAérgico, opioide endógeno, glutamatérgico, serotoninérgico). Por otro lado, la tolerancia que genera el alcohol surge de la necesidad de beber cada vez más cantidad para conseguir el efecto buscado. Esta tolerancia indica que ya se han producido cambios en el cerebro -neuroadaptación-. En su desarrollo intervienen fundamentalmente los sistemas glutamatérgico y GABAérgico. Posteriormente aparecen las dependencias física y psíquica.

La dependencia física genera el Síndrome de Abstinencia al suspender o disminuir bruscamente la ingesta de alcohol, y sus principales signos están relacionados con un efecto de sobreestimulación del SNC (temblor, alteraciones de la percepción, crisis convulsivas, delirium tremens).

Hay pocas sustancias cuyos efectos se hayan estudiado tanto como los del alcohol y sobre las que se hayan establecido tantos mecanismos de control. Lo conocemos casi todo, lo bueno y lo malo. Sabemos medir sus consecuencias, a corto, a medio y a largo plazo. Existe un amplio consenso científico sobre cómo actúa y qué enfermedades origina. Incluso hay un amplio consenso social. Hasta se ha cuantificado el coste económico sanitario que causa su abuso.

Pues a pesar de tantos consensos, se hace buena la frase de “una persona una opinión”. Cada país cuenta con su propia legislación al respecto y jamás ha llegado a la ONU una propuesta para armonizar la legislación, tan sólo tímidas recomendaciones a través de la UNESCO. Ya se sabe... somos iguales pero tan diferentes.

* Ariadna Cabello es óptica y optometrista

http://www.fronterad.es/