Herta Müller


Dictadura y lenguaje


Cecilia Dreymüller


Ensayo. En una época de saldo general y banalización de la literatura, una escritura como la de Herta Müller ( foto ) que se ocupa de persecución, resistencia y traición, que se compromete con la verdad e indaga incesantemente en el ambiguo poder de las palabras, ya es un acontecimiento en sí.

Esto lo confirma nuevamente El rey se inclina y mata, con su dolorosa y vergonzante carga existencial. Probablemente, si la Academia Sueca no hubiese señalado la obra de Herta Müller con el Premio Nobel, no tendríamos oportunidad de conocer sus quebradas, turbadoras metáforas de la existencia dañada, no leeríamos nada de los agujeros negros que abre el miedo en la realidad cotidiana, ni nos tomaríamos la molestia de entrar en su mundo puesto al revés por la dictadura.

Por qué y de qué manera se perpetúa esta experiencia en la percepción de la víctima, sólo se puede mirar caso por caso, y eso es lo que se propone el presente tomo de ensayos. El rey se inclina y mata se sitúa en la línea de reflexión sobre la relación entre lenguaje y dictadura de Imre Kertész o Czeslaw Milosz. Pero a diferencia de estos dos, Herta Müller centra sus observaciones no tanto en el terror con mayúsculas, sino en el minucioso examen del imperceptible desmoronamiento del yo.

El enfoque aquí es, como en toda su obra, inexorablemente autobiográfico, mientras el estilo resulta sorprendentemente narrativo, ya que gran parte del libro se compone de unas lecturas universitarias de poética. "En realidad no alcancé a comprender los daños que sufrían aquellos mis familiares hasta que no me vi yo misma en una situación desesperada. Fue entonces cuando realmente tomé conciencia de que una herida demasiado profunda deja los nervios destrozados para siempre. Que las consecuencias de tener los nervios destrozados se manifiestan después, es más: incluso se extienden a las épocas anteriores".

La historia del rey que mata es la historia de lo terrible e innombrable en una biografía de persecución. "Cuando se desmoronan los pilares de la mayor parte de la vida, también se caen las palabras. Yo he visto desmoronarse las palabras que tenía". Detrás hay, por una parte, el historial de Herta Müller como objeto de observación de la Securitate, con los interrogatorios, las amenazas de muerte, la desaparición de los amigos. Por otra parte está la infancia en un pueblo cerril del Banat, región habitada por rumanos de habla alemana y húngara.

Es un entorno en el que el silencio es una actitud vital que "puede mantenerse durante toda una vida dentro de la cabeza cuando se está convencido de que gastar las ideas hablando es un despropósito", como explica el ensayo Cuando callamos, resultamos desagradables... Cuando hablamos, quedamos en ridículo. La tétrica y al mismo tiempo familiar figura del rey incluso posee valor simbólico para la historia de la madre de Herta Müller y su estancia de cinco años en el campo de trabajo soviético, herencia de la que se nutre la magnífica novela Todo lo que tengo lo llevo conmigo.

De ahí que, para seguir el recorrido de lugares y acontecimientos vivenciales que engendran el mundo narrativo inclemente y emboscado de Müller, estos ensayos son de gran utilidad. Es más, también ayudan a encontrar claves de acceso a las imágenes perturbadoras de su poesía, que ha ido presentando en poemas collage de aterradora belleza. Al final de cada trecho del rastreo autobiográfico, las citas de sus versos fantásticos, crudos y enigmáticos han adquirido una nueva luz, también gracias a la transparente traducción de Isabel García Adánez. Así, disimuladamente, los ensayos pasan de la historia personal al terreno propio de la deliberación poética, que Müller despoja de cualquier borla académica-teórica, desmontando a su vez el mito de la literatura autobiográfica.

"A lo vivido en tanto proceso ni le importa lo más mínimo la escritura, no es compatible con las palabras. (...) Para describirlo es necesario recomponerlo a la medida de las palabras y reinventarlo por completo. (...) Hay que demoler las presunciones de lo vivido para poder escribir sobre ello, apartarse de cualquier camino real para tomar uno inventado, porque tan sólo éste podrá parecerse al primero".

Sin embargo, estos ensayos no tendrían el efecto que tienen -lo vergonzoso mentado al principio-, si no fuera por otra cosa: en ellos se percibe una punzante necesidad de explicarse y legitimarse. Pues, la víctima que se ha salvado se ve enfrentada de repente, en su vida en libertad, con el cuestionamiento de su trastorno, debe responder a la incredulidad de los saturados ciudadanos occidentales. Su aprendizaje de la libertad va a la par con una renovada pérdida de confianza: en la capacidad de entendimiento y en la empatía ajena. Señalar este efecto secundario, que yo sepa, es único en la literatura de esta temática. Y nos implica a nosotros, los lectores: nos asigna una parte de responsabilidad con unos destinos que no están tan apartados de los nuestros.

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