HISTORIA - Dos ensayos

España, ¡qué fatalidad!
Dos libros analizan el pesimismo como hilo conductor de nuestra sociedad 

Ángel Vivas, Madrid
10.01.2011

Desde los descalabros de Don Quijote, si es que no desde antes, hasta muchas actitudes actuales, pasando por el severo Unamuno o los hombres de negro de Mingote, los españoles no parecemos vernos a nosotros mismos con muy buenos ojos. También se pueden traer a colación unos versos, un poco manoseados ya, de Gil de Biedma: "de todas las historias de la Historia, la más triste, sin duda, es la de España, porque termina mal" (aunque también añadiera: "Quiero creer que nuestro mal gobierno es un vulgar negocio de los hombres y no una metafísica").
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El asunto tiene, evidentemente, dos aspectos: la verdad o no de esas negras visiones y, en todo caso, el hecho de que esas visiones han abundado o han sido, incluso, las predominantes a lo largo de los siglos. A esto último, ya que prefiere no entrar en lo primero, dedica el historiador Rafael Núñez Florencio un documentado trabajo, 'El peso del pesimismo (del 98 al desencanto)', publicado por Marcial Pons.
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La tesis es justamente ésa, que la visión pesimista es predominante entre los intelectuales españoles desde finales del siglo XIX, periodo que analiza el libro, y que hay que contar con ella. Y los ejemplos son múltiples. Desde la idea de que África empieza en los Pirineos, lanzada por Azorín y suscrita por muchos otros, a la tajante afirmación de María Zambrano de que inteligencia y España son términos antitéticos.
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¿De dónde nos viene esa amargura? No es fácil decirlo con rotundidad, pero se puede sospechar de algunos hechos. Por ejemplo, la profunda raíz católica española, que ve el mundo como valle de lágrimas y se regodea en los penitentes y los Cristos sangrantes de la Semana Santa ("oh, no eres tú mi cantar", decía Antonio Machado, pero también él avisaba al españolito aquello de que una de las dos Españas iba a helarle el corazón).
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Núñez Florencio cree que sí tiene alguna culpa el catolicismo en el pesimismo de los españoles. "Todo eso llega al Quijote, obra fundamental de la cultura española. El Quijote ha sido visto como un monumento a la melancolía, que enfatiza las batallas perdidas", dice. También cree que el hecho de que España irrumpiera en la Historia con fuerza, con el esplendor del imperio, tiene algo que ver; ya que eso hizo que todo lo posterior se viera como decadencia. El caso es que siempre hemos encontrado un motivo para lamentarnos: el fracaso de la industrialización y la revolución burguesa, nuestra marginación científica... Y los momentos de optimismo (Núñez Florencio señala la II República y la transición, dos salidas de sendas dictaduras) duran poco, porque se quiere todo enseguida, y lo que llega enseguida es el desencanto, término estrechamente unido a la transición.
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En otro libro reciente, de muy distintos tono y pretensiones, 'Españoles. Viaje al fondo de un país', (Ediciones B)  Rafael Torres aporta su grano de arena a una visión poco complaciente de la historia de España. Aquí, viene a decir, los españoles sólo han contado como carne de cañón para una clase dirigente deplorable, por lo que no cabe hablar de un pueblo español digno de tal nombre. Algo parecido a lo que suele decir Arturo Pérez Reverte cuando habla del siglo XVII, de Trafalgar o de 1808, y lamenta que en la Puerta del Sol no se hubiera levantado una buena guillotina.
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El pesimismo español goza de buena salud. Los que (a diestra) anuncian la próxima destrucción de España y los que (a siniestra) descalifican la transición como un vergonzoso pacto y sostienen que estamos por debajo de Chile o Argentina por no investigar los crímenes de la dictadura, continúan con buenos bríos la tradición.
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Pero la pregunta sigue en pie. Vale, el pesimismo es indudable, pero ¿está fundado? Quizá no, pero su propia existencia ya es un dato significativo. Como dice Rafael Núñez Florencio, "constatar el pesimismo es pesimista". La pescadilla se muerde la cola.