De la Corte y Giménez-Salinas estudian las razones profundas de la delincuencia


Lorenzo Silva, Madrid
24/03/2011
Foto - Secuencia de un asesinato en Nápoles perpetrado por la Camorra en 2009. | Reuters


Han inspirado películas, abatido gobiernos, asolado países. Viven en la sombra, aunque a algunos, cuando les va demasiado bien, les pierde el afán de pavonearse ante los demás. Se los encuentra en los lugares más dejados de la mano de Dios, donde acaban siendo los dioses y suya la mano que paga y la mano que pega; pero también en los lugares más prósperos y civilizados, donde son capaces de adoptar los camuflajes necesarios y de establecer las simbiosis oportunas para llevar adelante sus negocios y mantener y desarrollar sus organizaciones.
Porque ante todo son eso: hombres (y mujeres, también) de negocios; gestores de organizaciones preocupados por su sostenimiento y por el éxito de sus actividades. La única peculiaridad esencial, de la que se derivan algunas otras accesorias, es que el producto que venden está prohibido por la ley. Algunos creen que ese producto son las drogas, las armas, o las personas con las que trafican para explotarlas sexual o laboralmente. Y no dejan de serlo, pero quedarse ahí sería una simplificación.

Luis de la Corte y Andrea Giménez-Salinas los han sometido a una exhaustiva disección en su libro 'Crimen.org. Evolución y claves de la delincuencia organizada' (Editorial Ariel). Un trabajo riguroso y documentado, que es, además, una aproximación apasionante a una de las patas sobre las que se asienta nuestro mundo: esa vertiente oscura de los asuntos humanos y de las estructuras políticas y sociales donde se cuecen y ventilan más decisiones e intereses de lo que nos gusta reconocer.

Con su libro, De la Corte y Giménez-Salinas se sitúan a la altura de los mejores especialistas en la materia. Es, por un lado un texto didáctico sobre el funcionamiento del crimen organizado, con un meticuloso recorrido histórico y geográfico que sirve para sumergir al lector en estas opacas aguas y permitirle obtener una imagen bastante completa de las especies que nadan en ellas. También de los personajes más relevantes que marcaron o impulsaron su desarrollo en las distintas épocas y en los distintos territorios, desde la mafia italoamericana a los grupos criminales de la Europa del este, sin olvidar a los africanos, los gánsteres de Extremo Oriente o los cárteles del Caribe.

Pero aparte de este contenido digamos, descriptivo, lo que más le importa a este lector resaltar es el análisis de fondo, la indagación de la delincuencia organizada como un fenómeno casi inherente a la condición humana y a la dinámica social. Quién y por qué acaba ingresando en una organización criminal. Qué busca, qué encuentra y cómo desarrolla su carrera: ya sea en el frente, donde menudean los puñetazos y los tiros; en la retaguardia, donde se mueven los dineros a través de tapaderas, testaferros y paraísos fiscales; o en la cúspide, donde se definen las estrategias y se hacen y se deshacen las guerras y las alianzas con otras organizaciones criminales o, llegado el caso, con los que están a cargo de la fracción legal de la sociedad.

De todo este análisis se extraen conclusiones enjundiosas, sobre cómo a la postre todo se reduce a un análisis de coste-beneficio, efectuado por personas que no tienen otras oportunidades, o a las que les da pereza buscarlas, o que simplemente desprecian las bazas limitadas que les ofrece la vida a los ciudadanos honrados. Pero para que tengan éxito es preciso que entre éstos, o digamos mejor entre los no criminales, menudeen pulsiones que no puedan satisfacerse a plena luz del día ni a partir de la oferta legalmente disponible. En los países desestructurados o fallidos, donde la necesidad alcanza a lo más básico, esa codicia insatisfecha puede generar un mercado inmenso. En los países mejor organizados y más ricos, se limitará a una porción más reducida de la tarta, pero también gigantesca.

Ahí es donde opera el delincuente organizado, suministrando el producto en cuestión (coca, chicas, armas de guerra) pero sobre todo, ofreciendo ese otro artículo que en el lado oscuro el Estado no puede garantizar: la protección de las transacciones, para los amigos a quienes se desea favorecer; la extorsión, para los enemigos a los que se desea neutralizar o reducir. Por eso están en todas partes, desde Manhattan hasta Lagos, pasando por Barcelona o Madrid. Son los amos de los espacios vacíos, el monstruo que se nutre de nuestra distracción.

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