Una visión fascinante de la complejidad


En 1977, Raymond Williams, pionero de los estudios culturales, señaló los conceptos clave para producir una teoría cultural y literaria. Aquí, una relectura de ese texto clásico, ahora reeditado.


por Fernando Bruno

"Cualquier aproximación moderna a una teoría marxista de la cultura debe comenzar por considerar la proposición de una base determinante y una superestructura determinada. Desde un punto de vista estrictamente teórico, no elegiríamos comenzar por allí. Sería de todo punto preferible si pudiéramos comenzar a partir de una proposición que en el origen era parejamente tan central como auténtica:
la proposición de que el ser social determina la conciencia”.

La cita es del libro de Raymond Williams Marxismo y literatura , clásico de 1977 reeditado recientemente en nuestro país con traducción de Guillermo David, y da cuenta del esfuerzo del autor por separarse de la ortodoxia marxista de su época, manteniendo al mismo tiempo una perspectiva materialista de la cultura.

En la línea de investigaciones señeras como E l proceso de la civilización de Norbert Elias, Williams estudia en detalle la génesis y el desarrollo de los conceptos clave de la cultura moderna, buscando vaciarlos por medio de esta historización de todo contenido dogmático.

Williams identifica los conceptos básicos sobre los que es imprescindible trabajar para producir una teoría cultural y literaria: cultura, lenguaje, literatura e ideología. El concepto de cultura, a la vez punto de partida y de llegada, brinda el marco general sobre el que se sostiene el conjunto, ya que se encuentra “en el centro mismo de la mayor parte de la práctica y el pensamiento moderno”.

Su comprensión adecuada “surge del análisis del largo proceso que va desde la identificación en el mundo medieval del cuidado de cosechas y animales con el de las facultades humanas hasta su contraposición con el concepto de “civilización” hacia fines del siglo XVIII, momento en que la idea de cultura se opuso a la racionalidad y la abstracción del Iluminismo y del emergente sistema capitalista: “El efecto primordial de esta alternativa era el de asociar la cultura con la religión, el arte, la vida personal y familiar, como algo distinto o, en realidad, opuesto a la ‘civilización’ o a la ‘sociedad’ en sus nuevos y abstractos sentidos (…) ‘Cultura’, o más específicamente ‘arte’ y ‘literatura’ (nuevamente generalizadas y abstraídas) eran vistas como el más profundo registro, el más profundo impulso, y el más profundo recurso del ‘espíritu humano’”. Así, el pensamiento crítico desarrollado a partir de ese concepto particular de cultura buscó superar las dicotomías entre sociedad y naturaleza y propició, este es su gran merito, la consideración de la historia material y la visión del hombre como artífice de su propio destino.

En esta misma línea, la reflexión sobre el lenguaje muestra según Williams que éste posee una doble dimensión: en tanto facultad biológica es constitutivo, pero además es constituyente ya que produce historia y hechos sociales. La distinción de la literatura del resto de las producciones escritas se apoya en este fundamento teórico.

En su forma moderna, el concepto de literatura se desarrolló plenamente en el siglo XIX. Originariamente, era un “concepto social generalizado”, una categoría de uso y de condición más que de producción, expresando básicamente un cierto nivel de acceso a la educación. “La literatura era primordialmente la capacidad de lectura y de la experiencia de la lectura, lo cual incluía tanto a la filosofía o la historia como a los ensayos y hasta los poemas”. En un momento dado, el concepto perdió su sentido general y comenzó a referir a cierta producción escrita de calidad. Tres tendencias se consolidaron entonces: “un pasaje desde el ‘saber’ al ‘gusto’ o ‘sensibilidad’ como criterio de definición de la cualidad literaria”; “una creciente especialización de la literatura en trabajos ‘creativos’ o ‘de imaginación’; y finalmente, “un desarrollo del concepto de ‘tradición’ dentro de términos nacionales, cuyo resultado es una más efectiva definición de ‘literatura nacional’”.

La literatura quedó así configurada como una categoría social e histórica especializada, como “una forma particular del desarrollo social del lenguaje”.

En cuanto al concepto de ideología, Williams se ocupa de reseñar detalladamente las tres significaciones que tuvo a lo largo de la historia del pensamiento marxista: como sistema de creencias de una clase o individuo particular, como sistema de creencias falsas o ilusorias opuesto al conocimiento científico y como proceso general de la producción de significados e ideas. Esta pluralidad semántica, señala, nunca fue resuelta y permanece como una cuestión abierta.

Las bases sentadas en este recorrido le permiten evaluar y desarrollar una teoría cultural y una teoría literaria, bajo la certeza de que existen conexiones indisolubles entre la producción material y la actividad por un lado y las instituciones culturales y la conciencia por el otro, sin que ninguno de los dos polos pueda ser sin embargo subsumido por su complementario. Es decir, estos dos momentos, y sus múltiples mediaciones, son indisolubles, “no en el sentido de que no puedan ser distinguidos a los fines del análisis, sino en el sentido decisivo de que éstas no son ‘áreas’ o ‘elementos’ separados, sino actividades y productos totales y específicos del hombre real”.

La negación de esta evidencia, plasmada en la defensa acrítica de la sumisión de la “superestructura” a la “estructura”, sólo conduce según Williams a perder de vista la verdadera naturaleza de los procesos materiales. De allí la necesidad de “una revisión teórica de la fórmula de base y superestructura y de la definición de las fuerza productivas, dentro de un área social en que la actividad económica capitalista en gran escala y la producción cultural son hoy inseparables”.

De aquí se sigue, además, el imperativo de no presentar a lo estético como una esfera abstracta separada y la tarea de captar su dimensión material, paradójicamente olvidada por el marxismo, que en la defensa a ultranza del naturalismo y del realismo y en su esfuerzo por acercarse a la realidad, perdió de vista la complejidad de sus relaciones. Williams desarrolla así un fuerte argumento en contra de las posiciones marxistas dogmáticas y, repasando la propia historia de esta corriente y sus condiciones materiales de producción, arriba a una teoría estética, cultural y literaria basada en el reconocimiento de la complejidad de lo real. “La literatura burguesa –escribe– es por cierto literatura burguesa, pero no lo es en bloque o de un tipo; es una conciencia práctica inmensa y variada a todo nivel, desde la cruda reproducción hasta la permanentemente importante articulación y formación. Del mismo modo, en tales formas la conciencia práctica de una sociedad alternativa jamás puede ser reducida a un bloque general del mismo tipo, ya sea descartable o celebratorio. La escritura es a menudo una nueva articulación y en efecto una nueva formación que se extiende más allá de sus propios modos. Sin embargo, separarla como arte (…) significa perder contacto con el proceso creativo sustantivo y luego idealizarlo; es ubicarlo por encima o por debajo de lo social, cuando en realidad constituye lo social en una de sus formas más distintivas, duraderas y totales”.

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